El gobierno de Colombia acaba de cambiar. Tomó posesión Gustavo Petro, político con experiencia legislativa, exalcalde de Bogotá, exguerrillero del M19 (él niega haber participado activamente en acciones armadas) y autoproclamado de izquierda progresista. Caminó su país de un extremo a otro, hablando con la gente, con los olvidados, con los nadies, como en su momento lo hizo Andrés Manuel López Obrador en México. Pero hay tantas diferencias como coincidencias, y en este texto me aboco a señalar las promesas que hace al inicio de su gobierno para poder revisar la gestión conforme pasen los años.
En su discurso de toma de posesión, Petro hizo diez compromisos; algunos más concretos que otros, pero todos ellos relevantes. A mi juicio, el más importante fue el décimo, en el que prometía guardar y cumplir con la Constitución colombiana. Sin ese compromiso de respeto al Estado de Derecho, de guardar el orden democrático vigente, el riesgo para su propia gestión habría sido enorme dado su pasado dentro y fuera del marco legal.
Su periodo acaba en cuatro años, sin reelección posible, y en todo caso su vicepresidenta, la joven abogada afrodescendiente Francia Márquez, podría dar continuidad al proyecto, de ser exitoso en cumplir con todo lo que promete: sentar las bases para disminuir la desigualdad, promover el desarrollo y el progreso social, premiar el esfuerzo, apostarle al conocimiento, generar riqueza y distribuirla mejor. Un proyecto ambicioso, pero no imposible y definitivamente necesario para iniciar un cambio. Veremos en qué rumbo ocurren las cosas.
Entre los compromisos de Petro, según su discurso de toma de posesión, encuentro particularmente destacable el de reconocer el valor de todas las personas en Colombia y, en consecuencia, comprometer la conformación de un sistema de cuidados para que todas las personas reciban la atención que necesitan conforme a sus necesidades. Quien necesite atención médica, servicios de salud o educación, los reciba, y así el trabajo de cuidados no quede en las manos de mujeres sin paga. Es un país donde apenas 20% de las legisladoras son mujeres, por citar un parámetro de falta de paridad. Y para lograr este sistema de cuidados que permita que más mujeres se incorporen al mercado laboral remunerado y que haya cuidados para todos, se necesitará dinero, leyes, voluntad.
Para ello impulsará una reforma fiscal que buscará recaudar poco menos del 2% del PIB, según estimaciones del propio gobierno colombiano. A mis colegas economistas clásicos les podrá parecer poco, pero es un objetivo viable en una reforma de este tipo: aventurada, porque requiere cobrarle más a los más acaudalados en un país con un alto nivel de concentración de la riqueza, pobreza tres veces mayor a la de México, recaudación similar a la nuestra pero un PIB per cápita 30% menor. Es, sin embargo, una reforma factible por su potencial: 10% de crecimiento anual en 2021 tras una contracción del 7% en 2020, una migración neta de más de un millón de personas anualmente, la mitad de las emisiones de CO2 que México -por su menor producción-, y un nivel similar de inversión extranjera directa que nosotros como porcentaje del PIB.
Otro compromiso indiscutiblemente importante del presidente Petro ha sido el de proteger el medio ambiente y los recursos naturales de Colombia, con base en la ciencia y usando al sistema mundial de financiamiento para el desarrollo. Me pareció extraordinario que, siendo de una izquierda dura, hablara de pedirle al Fondo Monetario Internacional la reestructura de la deuda de Colombia a cambio de invertir en la protección de la selva amazónica en territorio colombiano; de volcar los recursos del mundo, de los países más ricos y contaminantes, y de los entes internacionales, para la protección del medio ambiente en Colombia y evitar así la extinción de la humanidad. Habló el idioma de los líderes y de los electorados en los países desarrollados, y seguramente será escuchado en el exterior.
Petro habló en su discurso del comercio internacional como una herramienta y de la importancia de promover, junto con los empresarios y los campesinos, una mayor producción con base en el trabajo. Habló de promover a las micro y pequeñas empresas, y de cobrar mayores impuestos a los más ricos, pero sin saqueo ni daño. Daba la impresión de que su mensaje contra la corrupción y la recuperación de activos tenía más que ver con una promesa de probidad en el manejo del dinero público que de una estrategia de moralidad, como sí lo hizo el gobierno de López Obrador con la cartilla moral de buenas costumbres y sugerencias morales, y que vino a arranciar la conversación con base en las buenas costumbres del siglo XIX.
Petro habló en su discurso inaugural de invertir en educación, incluyendo la que se requiere para la digitalización de todo su país, que tiene una cobertura de internet parecida a la de México (70% de la población), porque en el futuro el mayor valor agregado vendrá del trabajo del cerebro, de la creación de ideas. Con ello, habló entre líneas de incrementar la productividad del trabajo, de invertir en capital humano, como condiciones para el crecimiento y el desarrollo y la producción de mayor riqueza… ¿será que tiene claro que una mayor recaudación depende de una mayor riqueza? Si no, revisen las finanzas públicas de México: el impuesto sobre la renta es lo que nos permite seguir teniendo ingresos públicos estables, no la renta petrolera.
No se peleó con el capitalismo. No defenestró a los que piensan distinto. No los llamó opositores, ni conservadores. Al contrario, ofreció escuchar a todos, y gobernar con todos y para todos. Por supuesto empezando con el pueblo colombiano, pero dejando la puerta abierta a quienes pretende cobrarles mayores impuestos como una forma de garantizar que no habrá expropiaciones, sino que busca que se devuelva a la patria lo que la patria le ha dado a los más ricos, y que por la vía de los impuestos ayuden a financiar mejores servicios de educación, salud, seguridad para toda la población.
No todo lo que dijo Petro me consuena. Pensar que el ejército colombiano debe participar en esquemas de movilidad, logística, salud, e incorporarlos en labores distintas a las que le fueron conferidos de origen es riesgoso, porque enormes cantidades de recursos públicos corrompen a la milicia, la ponen cómoda, y pierde el sentido mismo de su existencia, violentando la vida comunitaria. Nadie mejor que Colombia para contarnos sobre los asesinatos de falsos positivos, de vestir de guerrilleros a civiles víctimas del ejército en las calles para presentarlos como trofeos de la guerra contra las drogas y contra la guerrilla. Nadie más apto para hablar de las limitaciones institucionales que debe tener la milicia en la vida política que Colombia, que hasta ahora no le permite votar a sus soldados en procesos electorales.
Considero también que Petro confunde la seguridad alimentaria con la soberanía alimentaria. En un mundo de ventajas comparativas, de niveles distintos de inversión, desarrollo y diversidad climática, no tiene sentido producir todo lo que un país consume dentro de sus fronteras, sean hidrocarburos, granos, computadoras o servicios de logística. En contraste, el objetivo debe ser contar con seguridad alimentaria y energética como una estrategia para garantizar que su economía tiene lo que necesita para crecer, aunque no sea en inventarios, porque sería innecesario y costoso, y representa una pobre gestión de los recursos.
Tampoco creo en afirmaciones -hechas por Petro- sobre que la competencia no ha llevado a la humanidad a un mayor desarrollo. La humanidad avanza colaborando, sí, porque avanzamos tanto y a la velocidad del menos apto y del más desprovisto, pero la competencia es parte de la generación de mejores ideas, de mayor bienestar. Es labor del Estado garantizar que las personas menos aventajadas económica y socialmente cuenten con oportunidades y condiciones igualitarias para su desarrollo, pero no eliminando los incentivos para inventar soluciones a los problemas que ya existen y a los problemas que aún no sabemos que tendremos, y que demandarán la existencia de las mejores ideas; ésas que sólo ocurren en condiciones de competencia.
Petro criticó al modelo económico, que según él confió demasiado en el mercado, en el comercio internacional. Por el nombramiento de su ministro de comercio, Germán Umaña, es posible su interpretación sea literal en un sentido pero no en otro, puesto que no quiere un comercio con Estados Unidos, pero sí un mercado común con Sudamérica. El problema es que ese mercado no parece viable en la vecindad con una Venezuela de Maduro, que no tiene credibilidad, riqueza, ni integración con la región ni con el mundo.
Pero aún sin creer que Petro podrá cumplir siquiera con una fracción de lo que pretende en tan solo cuatro años -sentar las bases de la igualdad, consolidar una reforma fiscal, garantizar la paz- parafraseando a Carlos Brown, el ejercicio de didáctica popular para explicarle a la gente a quién afectará una reforma fiscal, por ejemplo, y por qué algunos deberán pagar más impuestos bajo la reforma en cuestión, es un experimento social sin precedentes en Latinoamérica. Es tratar con dignidad a la población colombiana.
El balance de poderes políticos y económicos en Colombia, Latinoamérica y el mundo no es igual al que conocíamos del siglo pasado. Tenemos que aprender a preguntarnos y a sorprendernos con ideas distintas a las propias, sin miedo al cambio, con ánimo crítico y ojo analítico a todo lo que se nos proponga. Estaremos pendientes de para dónde avanza el gobierno de Petro, y hacia dónde avanza el nuestro.
Te invitamos a leer este artículo en Animal Político.
*Sofía Ramírez Aguilar (@Sofía_RamirezA) es economista y dirige México, ¿cómo vamos?
Nota de la autora: Gracias a Karla Ripoll (@RipollK_) por su apoyo en la redacción y precisión del contexto.