Términos como población económicamente activa, no económicamente activa y tasa de participación laboral pueden sonar alejados de la realidad o incomprensibles cuando los vemos en las noticias o en comunicados del gobierno; no obstante, son esenciales para dimensionar la situación desaventajada de las mujeres en el mercado laboral mexicano.
Nuestro mercado laboral tiene dos fallas estructurales: la baja participación de las mujeres y la alta informalidad laboral. Ambas se entrelazan, son persistentes a lo largo del tiempo y afectan, sobre todo, a las mujeres, pero también tienen un efecto directo en la productividad y competitividad de nuestra economía.
La primera falla se refiere a que, de 54.2 millones de mujeres en edad de trabajar (de 15 años o más), únicamente 25.1 millones lo hace o busca hacerlo. A la proporción que este último grupo de mujeres representa del total en edad de trabajar se le conoce como tasa de participación laboral y al final de 2024 fue de 46.4 %. La diferencia con la tasa de los hombres o brecha de participación laboral es de 28.9 puntos porcentuales.
¿Y el resto de las mujeres? Forman parte de la población no económicamente activa, que son las personas que no tienen trabajo y no han buscado uno en las últimas dos semanas. Lo alarmante es que la mayoría declararon no estar disponibles, que significa que aunque les ofrecieran un trabajo, no lo aceptarían. Las principales barreras: las labores domésticas y de cuidado no remuneradas, que recaen desproporcionadamente sobre las mujeres ante la ausencia de una oferta pública de cuidados.
Los datos evidencian que no es que las mujeres en edad de trabajar no quieran participar en el mercado laboral, sino que están en un contexto que se los impide. Las labores que millones de mujeres realizan en sus hogares son no remuneradas y dificultan la entrada al mercado laboral, lo que implica que no tienen ingresos propios. Esto amenaza su calidad de vida y libertad para desarrollarse profesionalmente.
La segunda falla es el alto nivel de informalidad laboral. Esta condición implica que las personas trabajan sin seguridad social ni protección legal o institucional. En México, más de la mitad de la población ocupada se encuentra en esta situación y para las mujeres la proporción es mayor. Esta condición está relacionada con menores ingresos, ya que el salario de un trabajo formal en promedio es casi el doble que el de uno informal.
Es clave entender que estas fallas estructurales para las mujeres se complementan y que el problema de raíz de la baja participación es la distribución desigual de las labores de cuidado. Millones de ellas necesitan empleos con condiciones flexibles para poder cuidar a hijos, personas mayores o con discapacidad, ya que dedican alrededor de 8 horas al día a ellos en promedio. Ante esto, muchas no tienen otra opción que aceptar empleos informales o, directamente, abandonar la posibilidad de trabajar.
¿Cómo revertir esta realidad? La solución debe contemplar la implementación de un Sistema Nacional de Cuidados. Asimismo, es crucial empezar mejorando la oferta de servicios públicos de cuidado. Crear nuevos puestos de trabajo formal no será suficiente si cuidar a hijos, abuelos o padres aún representa un obstáculo para trabajar. Hoy México vive una oportunidad histórica; por primera vez tiene una mujer al frente de la presidencia, la cual cuenta con una legislatura con paridad de género. Si no es este el momento de poner en el centro de las prioridades del país una agenda que equilibre la cancha para mujeres y hombres en el mercado laboral, ¿cuándo?
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* Alexa Castro (@alexa_cto) es Economista con área de concentración en derecho por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y actualmente es analista de México, ¿cómo vamos?