Históricamente las mujeres y los hombres han desempeñado actividades diferenciadas en la sociedad; mientras que a las mujeres se le han asignado tareas en el espacio privado, a los hombres se les han asignado actividades en el espacio público. Es decir, las mujeres son asociadas con la naturaleza por su capacidad de gestar; sus roles se asignan en función a la maternidad, el cuidado, la familia y el hogar como algo natural. En cambio, los hombres son asociados con la esfera productiva y su capacidad de transformar la sociedad.
Pero ¿de dónde parte esta asignación de actividades, roles, discursos, comportamientos y desigualdades entre hombres y mujeres? Para responderlo se debe comenzar por definir qué es el género.
El concepto de género fue acuñado por Gayle S. Rubin. La antropóloga estadounidense define el género como una división de los sexos socialmente impuesta1. De esta forma podemos comprender que la categoría de género considera atributos simbólicos, sociales, políticos, jurídicos y culturales que son asignados al nacer en función del sexo.
Por su parte, Rosa Cobo (2014), investigadora, teórica y feminista especializada en el género, lo define como un sistema social que jerarquiza, asigna y distribuye recursos a varones y mujeres, (además de) operar como una estructura de poder, así como la división de clase, la raza o la cultura.
En este punto es necesario aclarar que el sexo y el género son conceptos distintos; el sexo es un hecho biológico determinado por las características físicas de acuerdo con los genitales y cromosomas, y el género es un constructo social que toma como punto de partida las diferencias biológicas entre los seres humanos y crea una división sexual del trabajo.PUBLICIDAD
La lucha histórica de las mujeres para su integración en la vida pública ha roto los paradigmas del género y su rol universal como amas de casa, madres y esposas. Sin embargo, su incorporación al mercado laboral no ha sido lineal, ni socialmente aceptado, puesto que se le adjudican como prioridad las labores domésticas.
La desigualdad de género comienza por la asignación directa del trabajo doméstico a las mujeres, quienes se hacen cargo de la reproducción y administración del hogar, sin cuestionamientos ni capacidad de negociación, así como la distribución desigual de responsabilidades con los varones de la familia. El punto de partida de la desvalorización del trabajo doméstico es su invisibilización en las cuentas nacionales.
Para analizar de manera precisa las brechas de género y las barreras para la incorporación de las mujeres en esfera pública es necesario recurrir a la evidencia empírica, centrando el análisis en el mercado laboral, la pobreza y la seguridad pública de México.
Según el portal de México, ¿Cómo Vamos?, en 1997 la brecha de género en la creación de empleo formal era del 50%; es decir, por cada 100 hombres incorporados al trabajo formal, apenas 49 mujeres eran incorporadas. Para 2021, las cifras no se han modificado considerablemente, pues por cada 100 hombres apenas 63 mujeres logran integrarse. Esto muestra que, en los últimos 24 años, la brecha en la creación de empleo formal disminuye 1% anualmente, lo que significa que las mujeres enfrentan mayores dificultades para acceder a puestos de trabajo formal a pesar de los esfuerzos institucionales para generar 100 mil puestos de trabajo formal al mes.PUBLICIDAD
Al considerar la contraparte, más de 12 millones de mujeres trabajan en la informalidad, en actividades con un alto grado de vulnerabilidad económica y sin ningún tipo de prestación social.
Por otro lado, el indicador de pobreza laboral en México (gráfico 1) muestra que para 2021, el 36.5% de los hogares liderados por hombres no pueden adquirir la canasta básica con los ingresos percibidos; en el caso de los hogares liderados por mujeres esta cifra incrementa a 40.4%, como resultado de su alta participación en el sector informal y la dificultad para acceder a puestos de trabajo formal. La meta es reducir la pobreza laboral a 20.5% de la población total; el problema central es la feminización de la pobreza ya que este fenómeno genera un círculo vicioso, pues la falta de recursos impide salir de esta condición.
El gráfico 2 muestra la percepción de seguridad en el país en los últimos dos años. La encuesta arroja que más del 30% de los hombres se siente seguro en su ciudad; sin embargo, menos del 31% de las mujeres se siente segura, esto como resultado del incremento de violencia de género. Datos de la violencia feminicida en México muestran que “… hay una preocupante tendencia al alza, que debe ser revertida, y llegando a niveles nunca vistos, de más de diez asesinatos de mujeres al día y que si se extrapolan los datos de 2018 hasta el final del año se esperaría una tasa de 5.6 homicidios dolosos de mujeres y feminicidios por cada 100,000 mujeres” (ONU, 2019).
En conclusión, es necesario comprender que las diferencias biológicas no deberían significar una desigualdad social, política y/o económica, para ello es necesario profundizar en los conceptos básicos del género y de esta forma romper con los paradigmas históricamente impuestos relacionados con la asignación de roles y actividades en función del sexo.
Es fundamental visualizar estadísticas con perspectiva de género, como lo menciona Lord, K. (S. XIX) “Lo que no se define no se puede medir, lo que no se mide no se puede mejorar, lo que no se mejora se degrada siempre”. Las estadísticas con desagregados muestran esferas donde existe desigualdad de derechos y obligaciones entre hombres y mujeres, las estimaciones que resulten podrán ser utilizadas para implementar acciones que reduzcan las brechas y se alcance un estado de igualdad.
Otro aspecto fundamental es visibilizar el trabajo de las mujeres en el espacio privado, para que de esta forma el trabajo en el espacio público no tienda a devaluarse; además, es necesario asumir la responsabilidad colectiva del trabajo doméstico.
El papel del Estado radica en construir estructuras políticas donde se garantice la participación de todas y todos por igual, sin distinción de sexo o género; la creación de instituciones y políticas económicas deberán priorizar el fenómeno de la femenización de la pobreza, la informalidad de las mujeres y los casos de violencia de género, así como la creciente ola de feminicidios en el país.
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* Irlanda Jacqueline Martínez Cruz (Tw: @IrlandaJacq) es estudiante de 7° semestre de la Licenciatura en Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México campus Ciudad Universitaria. Sigue su proyecto Mujeres en Cifras en Instagram (IG: @mujeres.en.cifras), donde sube datos sobre México con perspectiva de género. Este texto ganó el primer lugar en el concurso de ensayo 2021 de México, ¿cómo vamos? y Animal Político.