El nuevo tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) entró en vigor el primero de julio pasado en el contexto de una profunda recesión y el Covid-19. Poca gente hubiese apostado que se reafirmaría la integración económica de la región no sólo durante una recesión, sino con Donald Trump en la Casa Blanca y Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional.
El mayor énfasis durante el proceso de renegociación estuvo relacionado con las reglas de origen más estrictas para automóviles y autopartes y la incorporación de disciplinas en el ámbito laboral para México. Sin embargo, el éxito, o fracaso, del T-MEC dependerá de lo que suceda en el ámbito digital y en el posicionamiento global de América del Norte al respecto.
Las nuevas reglas de origen (que con el avance de los coches ya no eléctricos sino electrónicos, se antojan obsoletas aun antes de ser implementadas) y las disciplinas laborales fueron muy importantes para concluir la renegociación y conseguir el apoyo político necesario para su aprobación. No obstante, el tema clave, acelerado por el impacto de la pandemia, es la competencia por el liderazgo tecnológico con respecto a China donde el campo de batalla es digital.
El T-MEC incluye un conjunto de disciplinas para la economía digital, pero debe ser considerado sólo como bandera de salida para avanzar en la materia y no sólo los gobiernos sino el sector privado, los sistemas universitarios, los centros de investigación, los gobiernos locales y estatales y otros actores sociales.
Debe empezarse con el cumplimiento del T-MEC en su contenido digital: permitir y promover el comercio electrónico transfronterizo (para que consumidores y productores medianos y pequeños se sientan pertenecientes a América del Norte); respetar los derechos de propiedad intelectual como uno de los principales diferenciadores con respecto a China (esto incluye evitar la tentación de cuotas de contenido en plataformas digitales ya que la región es una potencia creativa en tres idiomas); evitar regímenes tributarios discriminatorios en la economía digital, así como asegurar competencia efectiva y reguladores independientes en materia de telecomunicaciones (el acceso generalizado y competitivo a banda ancha, fija y móvil, es primordial).
El futuro económico de la región no implica escoger entre manufactura, agroindustria o servicios, sino que las operaciones de punta en estos tres sectores dependen del valor agregado avanzado que produzcan los tres de manera conjunta, con base en la economía del conocimiento, la innovación para nuevos bienes y servicios y el desarrollo de estándares para los productos de mañana.
La competencia con China por el liderazgo tecnológico no está en función de qué región tenga la ventaja absoluta en costos, sino dónde y cómo se van a diseñar los nuevos productos. Las manufacturas no tendrán éxito si no incorporan al internet de las cosas. Los nuevos modelos de automóviles serán electrónicos, auténticas tabletas sobre ruedas (o flotantes) que se comunicarán digitalmente con pasajeros, puntos de destino, carreteras de cuota, policía, fuentes de electricidad, talleres de reparación, proveedores de partes, otros coches, medios de transporte complementarios públicos y privados y todo tipo de aparatos digitales.
Los mismos argumentos se aplican para dispositivos médicos, telemedicina, hospitales, línea blanca, maquinaria, impresoras 3D, redes de transmisión inteligentes, aeropuertos y aviones, centros educativos, agricultura, preparación de alimentos y el resto de la economía.
Los retos económicos del Covid-19 dejan claro que estas tendencias sólo van a acelerarse al privilegiar la confiabilidad de las cadenas productivas (y por tanto la cercanía) y la economía digital. Para el T-MEC esto se traduce en una oportunidad irrepetible y en una mayor integración económica en América del Norte.
Por ello, el tratado debe ser visto como una plataforma para la integración digital en la que se promueva, en lugar de denostar o apostar por tecnologías que anclen a México al pasado, la revolución digital con más y no menos robótica, más y no menos nanotecnología, más penetración de las telecomunicaciones, más y mejores plataformas para comercio y transacciones electrónicas y el diseño de las manufacturas y servicios para la era del internet y servicios digitales de todo tipo.
Los tres países de América del Norte aportan una gama de activos no fácilmente igualable por otras regiones: democracias activas (demasiado a veces), buena demografía relativa, libertad de pensamiento e intercambio de ideas, fuerza laboral competitiva y talentosa, la energía más barata del mundo (que México parece preferir no tener), mercados de capital profundos y abundantes y sectores altamente competitivos.
Aunque los tres ganan con una mayor integración, el que mayores beneficios puede obtener, pero también el que mayor esfuerzo debe dedicar, es México. Para aprovechar la coyuntura de diversificación de la exposición al riesgo chino que se palpa en el mundo, el gobierno debe impulsar cuatro palancas: excelencia logística de cruce fronterizo, aeropuertos, FF.CC. y puertos de excelencia; energía abundante y competitiva en todo el país; una revolución tecnológica-digital, y, certidumbre y estabilidad de las reglas para el estado de derecho. El costo de oportunidad de no hacerlo es monumental.
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*Luis de la Calle Pardo fue subsecretario de Negociaciones Comerciales Internacionales de la Secretaría de Economía de México. Durante su gestión encabezó las negociaciones de México para los acuerdos de libre comercio bilaterales y las negociaciones regionales y multilaterales en la OMC. Fungió como Ministro para Asuntos Comerciales de la Embajada de México en Washington D.C., cargo desde el cual tuvo una participación activa en el diseño, promoción e implementación del TLCAN. Es Doctor en Economía por la Universidad de Virginia.