Me gusta la frase de crecimiento con bienestar que utiliza la Presidenta, me gusta porque implica crecer para compartir y aunque sutil el mensaje es importante. No se puede distribuir lo que no se genera.
Repartir los ahorros, o modificar el destino de los recursos para repartirlos, genera solo un beneficio pasajero, un paliativo, pero como estamos viendo, no es sostenible y por ello muy peligroso. Un ejemplo muy evidente es que con un déficit equivalente al 6% del PIB, 2 billones de pesos, es decir, gastando esta enorme cantidad de dinero por encima de los ingresos, se logró un muy pobre crecimiento económico; dicho de otra manera, se gastó mal lo que hoy se debe. La asignación de recursos fue ineficiente y orientada más a objetivos inmediatos que a resultados sostenibles.
Por ello, me parece interesante el planteamiento de este gobierno de crecer para compartir. Con esto también quisiera eliminar de la discusión los adjetivos de “gobierno de izquierda” o “gobierno de derecha”. Se pretende con estos calificativos establecer que las políticas de izquierda favorecen al pueblo y las de derecha al capital. Dicho de otra manera, a los de “derecha” no nos interesan los pobres, solamente el capital y su rendimiento. Esta posición maniquea no lleva a ninguna parte, además de que no construye en un debate serio sobre la administración de los recursos de un país. Lo que realmente debería importarnos es si las políticas impulsadas benefician al conjunto de la sociedad y garantizan una economía sostenible a largo plazo.
El crecimiento genera empleos y riqueza, esto lo hace sostenible en el tiempo, el simple reparto genera un bienestar pasajero, insostenible y en ocasiones falso.
Uso como ejemplo la disminución de la cobertura de servicios de salud en el gobierno anterior y la mayor utilización de los recursos en transferencias directas a la población con determinadas características. Sin duda un éxito electoral, inteligente porque el acceso a la salud, para los que no se enferman, es intangible y unos pesos en la bolsa para todos es real. No importa si con esos pesos no le alcanza a la gente para resolver sus problemas de salud, lo importante es que para los que no están enfermos significa algo tangible y “mejora” su situación en el presente. Como son afortunadamente más los sanos que los enfermos, el efecto es evidente. Las percepciones inmediatas influyen en las decisiones de los votantes, aunque no necesariamente correspondan con una mejora estructural.
En el ejemplo anterior el gasto solo cambió de forma, antes lo gastaba el gobierno en la atención de la salud y ahora lo gasta la gente, en lo que quieran los sanos y en paliar los efectos de una deficiente salud los enfermos. Pero como no alcanzaba, pues nos endeudamos para dar más a más. Esto traslada la responsabilidad del bienestar al individuo, dejando de lado el deber del Estado de garantizar servicios básicos universales y eficientes.
Las inversiones, públicas o privadas, cuando no tienen retorno ni financiero ni social, se convierten en algo peor incluso que un gasto, un desperdicio que en muchos casos sigue generando gastos para su mantenimiento y cuidado. No generan crecimiento y por ende no suman al propósito de compartir. Es crucial distinguir entre gasto que impulsa la productividad y el bienestar y gasto que solo mitiga síntomas, porque lo primero transforma, mientras que lo segundo solo posterga soluciones reales.
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*Juan Ignacio Gil Antón (@JuanIgnacioGil1) es Economista y experto México, ¿cómo vamos?