En una sociedad tan endogámica como la de Campeche, un estado que ni siquiera llega al millón de habitantes, es normal que la política sea cosa de familias. “Aquí todos somos parientes”, dijo un gobernador cuando le preguntaron por su fuerte enfrentamiento con otro político local que, casualmente, era su primo. Sin embargo, al menos durante los tiempos clásicos del régimen del PRI, el arbitraje centralizado de las disputas políticas locales ejercido por los presidentes de la República en turno matizaba los intentos de continuidad nepotista y, mal que bien, la estrecha élite política campechana vivió procesos constantes de circulación entre distintos grupos. Nunca, desde que Fausto Bojórquez sucedió en el gobierno estatal a su hermano Ramiro en 1930 —en medio de una crisis política intestina del entonces dominante Partido Socialista Agrario, que llevó a que el gobierno estatal en el período de 1927 a 1931 fuera ocupado por tres gobernadores— la decisión de la candidatura del partido oficial había recaído en un pariente cercano del gobernador saliente.
Intentos hubo, desde luego, como cuando Antonio González Curi pretendió, en 1997, que su sucesor fuera su hermano Jorge Luis, exalcalde de la capital. Empero, una de las claves de la estabilidad de la política local fue el constante relevo entre los clanes. Tal vez esa ha sido una de las claves de la estabilidad del PRI en el estado, donde nunca ha ganado otro partido el gobierno estatal desde que en 1931 Benjamín Romero Esquivel fue electo bajo la sigla del PNR, aunque aún como integrante del Partido Socialista, en los tiempos en los que el naciente partido oficial era todavía una coalición de organizaciones locales.
Para la elección de junio, en cambio, el candidato del PRI, ahora con el apoyo del PAN y del PRD, es un sobrino con fuertes vínculos familiares del gobernador con licencia y presidente del PRI nacional, Alejandro Moreno Cárdenas. Christian Castro Bello es hijo de una media hermana del gobernador y es, sin duda, su intento de sucesión dinástica. El pretendido delfín ha hecho toda su carrera política y burocrática a la sombra del tío: nepotismo en el sentido literal. La carrera del candidato de la alianza no parece tener otro impulso que la lealtad y el afecto familiar de su pariente, que lo hizo diputado local e intentó llevarlo al Senado, pero fracasó en la elección de 2018, pues era el segundo de la fórmula y el PRI perdió la mayoría ante Morena.
En Campeche el PAN ha sido la oposición más consistente; aunque frecuentemente se ha visto inmerso en disputas internas, hasta antes de 2018 los panistas habían logrado mantener el escaño del senador de primera minoría desde que se creó esa figura y ha logrado ganar en varias ocasiones las alcaldías de Ciudad del Carmen —la segunda ciudad del estado, otrora la de mayor participación en el PIB local gracias a la importancia que tuvo durante el auge petrolero del último cuarto del siglo pasado—, y de la capital, aunque nunca las dos al mismo tiempo. Sus candidatos al gobierno no han logrado poner en riesgo el triunfo del PRI, pero había sido el partido opositor con mayor institucionalización, mientras que el PRD tuvo un crecimiento súbito con la primera candidatura a gobernadora de Layda Sansores, en 1997, cuando la entonces senadora del PRI rompió con su partido a instancias del entonces líder del PRD, Andrés Manuel López Obrador. Después de aquella experiencia, el PRD volvió a su condición marginal, dominado desde su nacimiento por una camarilla bastante oscura vinculada a la corriente de los llamados “Chuchos”, y no ha obtenido más que migajas a través de la representación proporcional, por lo que ahora es un socio menor de la alianza tripartita.
La imposición del pariente del líder del PRI como candidato de la alianza creada para enfrentar el crecimiento de Morena y a su candidata Layda Sansores desplazó a un aspirante con más arrastre y experiencia, el alcalde de Campeche Eliseo Fernández Montufar, un joven empresario que fue diputado local por el PAN y que ganó la Presidencia Municipal apoyado por una alianza entre el PAN y Movimiento Ciudadano. Su trabajo a la cabeza del ayuntamiento de la capital del estado es bien valorado, aunque ha difundido engañifas como el dióxido de cloro como prevención y remedia al covid-19. La decisión del PAN de ir a la zaga del PRI llevó a Eliseo, como se le conoce popularmente, a buscar el apoyo de Movimiento Ciudadano para pelear por el gobierno del estado, cuando pudo consolidar su labor en el municipio con la reelección. Su candidatura aparece como competitiva en las encuestas, pues algunas la han colocado en segundo lugar, arriba de la de Castro Bello.
En un estado donde nunca ha habido un gobernador ajeno al PRI, la candidata que hasta ahora encabeza las preferencias, aunque no con márgenes irreversibles, es Layda Sansores San Román. Hija del exgobernador Carlos Sansores Pérez, quien logró proyección en la política nacional gracias a su alianza temprana con Luis Echeverría, y que amasó una fortuna conspicua a partir de sus cargos públicos: primero como preboste local, entre 1967 y 1973, donde ejerció el poder al mejor estilo del autoritarismo priista; después, como líder de la mayoría del PRI en la Cámara de Diputados federal, como líder nacional del PRI durante los primeros tres años del gobierno de José López Portillo y, finalmente, como director el ISSSTE. Ningún otro gobernador de los tiempos clásicos del antiguo régimen se enriqueció en la política como Sansores, aunque cayó en desgracia cuando quiso mantener el control de la política local desde su puesto en el ISSSTE y cuando fracasó hizo que sus candidatos compitieran a través del PPS.
La propia Layda ha contado que su irrupción en la política, como diputada federal por Campeche en 1991, fue producto de una concesión de Carlos Salinas de Gortari a su padre. De ahí pasó al Senado, de nuevo por el PRI, en 1994. Cuando el partido oficial se decantó por Antonio González Curi como candidato a la gubernatura en 1997, Layda fue la primera disidente del PRI que transitó hacia la opción de salida en la que López Obrador convirtió al PRD desde su llegada a la dirigencia del partido. Gracias a la fuerza de las redes de lealtad paterna y sus recursos, su candidatura superó el 40% de los votos y provocó un cataclismo electoral. Por supuesto, Layda clamó entonces fraude y siguió el guión de la impugnación radical. A partir de entonces, Layda ha sido una fiel aliada de López Obrador, aunque ha transitado por diversos partidos. Su segunda intentona por alcanzar el gobierno la hizo a través de Convergencia Democrática, antecedente de Movimiento Ciudadano, en 2003, aunque no logró el arrastre de seis años antes. Cuando Dante Delgado distanció a su partido de López Obrador, Layda, entonces diputada federal, se sumó a los legisladores lopezobradoristas que pasaron a la bancada del Partido del Trabajo y participó en la fundación de Morena. En 2018 fue electa a la alcaldía de Álvaro Obregón, en la Ciudad de México, donde, por cierto, ha residido la mayor parte de su vida.
A los 75 años, Sansores San Román llega con todo el apoyo del presidente de la República a su tercera candidatura a gobernadora. Hasta ahora encabeza las preferencias, pero no por un margen avasallador. Dependerá, en buena medida, si el rechazo a su personalidad, que es amplio, y el voto de oposición a Morena llevan al voto estratégico en su contra.
Para consolidar su candidatura, Layda neutralizó a otro contendiente con presencia, Renato Sales Heredia. También descendiente de un político prominente, Renato Sales Gasque, quien nunca pudo contender por la gubernatura y murió relativamente joven, Sales Heredia ha tenido una carrera de funcionario público eficaz, especializado en temas de justicia y seguridad. Fue subprocurador en el Distrito Federal durante el gobierno de López Obrador, impulsado por su mentor, Bernardo Bátiz, y fue procurador general en Campeche con buenos resultados, durante el gobierno de Fernando Ortega Bernés, después de un breve paso por la comisión electoral del PRD, partido del que salió escamado. Su eficacia como cabeza del ministerio público local hizo que fuera llamado por Enrique Peña Nieto a una subprocuraduría federal, de donde pasó a encargarse de la Comisión Nacional de Seguridad, cargo que ejerció discretamente y del que salió sin que su prestigio personal se viera comprometido. Desde 2019 comenzó su campaña para el gobierno de Campeche y llegó a ser nominado por el Partido del Trabajo. Finalmente, Sales aceptó la candidatura a alcalde de Campeche, donde muy probablemente acabe ganando.
Abogado con formación en filosofía, además de poeta, Sales era el único aspirante con buena formación intelectual en el páramo de ideas que es la política campechana. Layda Sansores es bien conocida por su zafiedad y la limitación de sus propuestas. Eliseo divulga pseudociencias mezcladas con pensamientos edificantes sacados de libros de autoayuda, mientras que Castro Bello es un ejemplo del fraude de la educación superior privada en el país. Nada augura que el próximo gobierno de Campeche se distinga por su buen desempeño ni por su creatividad para impulsar el crecimiento sin depredación. Lo esperable es que sea un gobierno más de los que hacen sólo obras de ornato para capturar rentas. Una política centralista, sin ideas para sacar del hundimiento en que se encuentra la economía local después del fin del auge petrolero y que ha dejado en el abandono a Ciudad del Carmen, convertida en una ciudad fantasma.
Con potencial turístico y de agro desarrollo sustentable, Campeche requiere de un auténtico relevo político, que por ahora tendrá que seguir esperando.
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Jorge Javier Romero Vadillo
Profesor–investigador titular C Departamento de Política y Cultura UAM–Xochimilco.