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Realmente todxs somos economistas. O deberíamos serlo

  • Hablar de las decisiones y políticas económicas es hoy más necesario que nunca, ante la peor crisis que se ha vivido en un siglo. Porque si bien en parte es producto de la pandemia, que ha colapsado prácticamente a todas las economías del mundo, también es resultado de decisiones que se tomaron sin consejo de especialistas y sin vigilancia de la ciudadanía.
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FOTO: MARIO JASSO/CUARTOSCURO.COM

La gran mayoría de la gente no da seguimiento a los indicadores económicos que se publican cotidianamente. La pensamos como información exclusiva para un nicho de especialistas: bancos, inversionistas, analistas. Hemos aceptado la idea de que es información que no tiene que ver con nuestra vida cotidiana, cuando realmente tiene el poder de anticipar nuestras condiciones con mucha precisión.

La distancia que tenemos de estos temas se evidencia desde que nos referimos a sus especialistas como “expertos (as/es)”. Jamás me ha tocado escuchar de un experto (a/e) en albañilería, en plomería o en carpintería. A mi parecer, esto tiene que ver con la cercanía de su labor en nuestra vida cotidiana. Es relativamente obvio por qué podríamos necesitar un plomero, pero nos resulta un misterio para qué podríamos necesitar a un economista. Y en esa distancia que realmente es ficticia, perdemos mucho poder de agencia. Algunos ejemplos:

1. Nos alejamos de la política pública. Cuando pensamos que la política económica y/o pública es cosa “de especialistas” olvidamos que realmente tienen impacto en nuestra vida diaria. Las decisiones de subsidios, impuestos, tasas de interés, pero también los programas de hoy no circula, los confinamientos y los calendarios de vacunación, por ejemplo, tienen efectos directos e indirectos en nuestras decisiones económicas. La resistencia a conocer lo público responde, quizás, a reducir los costos de la información, pero las discusiones anuales sobre el presupuesto, los anuncios de inflación y empleo, o las decisiones sobre el precio de la gasolina impactan desde cuánto gastaremos en el súper hasta qué impacto tendrá en la clientela del restaurante la colocación de alumbrado público. Cuando abandonamos las discusiones sobre lo público que compartimos, perdemos el lugar que como ciudadanía hemos ganado en esas discusiones y perdemos agencia sobre nuestras decisiones. Al hacerlo, permitimos que los criterios políticos guíen decisiones que deberían ser técnicas, y no reparamos en que eso no perjudica a los expertos (as/es), sino precisamente a las grandes mayorías.

2. Cuestionamos la técnica en el diseño de política pública. En cierto discurso político, generalmente populista de izquierda y derecha, se ha instalado la creencia de que la especialización necesariamente nos distancia del problema. La “frialdad” de la técnica les parece incompatible con reconocer el sufrimiento de las personas y querer solucionarlo. Es decir, si alguien no vivió la pobreza, o la falta de servicios públicos o cualquier carencia que pudiera resolverse con buena política pública, realmente no puede conectar emocionalmente con el problema y, por lo tanto, no debería estar a cargo de su solución. Lo absurdo de esta idea queda claro si pensamos si preferiríamos que nos quite el apéndice algún cirujano (na/ne) o alguien que tuvo apendicitis, pero que no tiene ninguna preparación médica. Especializarnos en un tema, lo hayamos vivido personalmente o no, implica conocerlo y entenderlo, y saber de las soluciones que han funcionado. No es un asunto de elitismo o exclusión, es simplemente el reconocimiento de la complejidad del saber humano. Generalmente, el resultado de alienar la técnica de la política son programas que poco o nada impactan la calidad de vida de las personas. Se reparte dinero por lealtad política, sin criterio de necesidad y sin la certeza de que ese dinero servirá para una mejor vida.

3. Nos sentimos presas de decisiones ajenas. Y, claro, en parte lo somos, pero en la medida en que conocemos y entendemos esas decisiones podemos ajustar nuestras expectativas y recursos, y planear mejor nuestras interacciones económicas. Nuestras decisiones de gasto, ahorro o deuda deberían entenderse como directamente vinculadas a las grandes decisiones económicas. Este llamado es para el grupo de especialistas: una parte relevante de su trabajo, tal vez la más importante, es explicar cómo sus temas afectan a las personas en su vida cotidiana. Con relación a este reto tuve una experiencia hace pocos días. Contacté a varios especialistas para que me ayudaran a explicar cómo la desaparición del seguro popular había debilitado el acceso al derecho a la salud para las personas. Quería ejemplos claros, pero ninguno de mis entrevistados pudo decirme exactamente cómo el desabasto que se vive incluso en farmacias privadas es producto de decisiones que se centralizaron (o descentralizaron); cómo el cambio de un financiamiento contingente garantizaba el acceso, cosa que las transferencias no; cómo se había reducido el catálogo de medicinas, dejando fuera precisamente las que generaban gastos catastróficos en salud. Nos quedamos con la cantaleta de que no era seguro ni era popular contra la otra cantaleta de que sí era seguro y popular. Nadie explica el contenido de la política pública y los que sufren son los pacientes que hoy enfrentan costos en procedimientos que antes eran gratuitos y desabasto en medicinas que antes surtían.

Hablar de economía, de las decisiones económicas, de las políticas económicas es hoy más necesario que nunca. Vivimos la peor crisis económica en un siglo. En parte es producto de la pandemia, que ha colapsado prácticamente a todas las economías del mundo, pero en parte también es resultado de decisiones económicas que se tomaron sin consejo de especialistas y sin vigilancia de la ciudadanía. El discurso económico es mucho más que un planteamiento ideológico. Es, de hecho, antes que nada, un postulado práctico de condiciones de vida que todos enfrentamos: escasez, ponderación de alternativas, consumir un bien o el otro, consumir hoy o mañana. Todos los días todos nos enfrentamos a estas decisiones. Todos los días hacemos economía, pero pocos días hablamos de ella. Tal vez ahí debe empezar el cambio que nos lleve a tener más poder como personas y como ciudadanía.

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Jaina Pereyra (@jainapereyra) es especialista en Discurso.Lo que hacemos en Animal Político requiere de periodistas profesionales, trabajo en equipo, mantener diálogo con los lectores y algo muy importante: independencia. Tú puedes ayudarnos a seguir. Sé parte del equipo. Suscríbete a Animal Político, recibe beneficios y apoya el periodismo libre.

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