La pandemia de Covid-19 que nos azota desde finales de 2019 es el evento más disruptivo que ha vivido la humanidad en varias generaciones. Este epítome de un “cisne negro” (la célebre metáfora de Nassim Taleb que alude a un evento inesperado capaz de gran impacto socioeconómico) ha subrayado las diferencias no sólo entre países ricos y pobres, sino también entre aquellos con gobiernos con capacidad administrativa (Nueva Zelanda, Corea) y los que no la tienen, y entre sociedades propensas a seguir reglas (Taiwan), de aquellas que las rompen, haciendo referencia al libro de Michel Gelfand 1. La pandemia ha hecho evidentes las limitaciones de gobiernos populistas de derecha e izquierda. No es casual que los tres países con más muertes sean aquellos donde sus gobiernos politizaron la pandemia. Trump, López Obrador y Bolsonaro, que parecían más consternados con ocultar los contagios que con contenerlos, se dedicaron a contradecir a los científicos y sembraron duda hasta con respecto al uso de cubrebocas. Pudieron haber evitado cientos de miles de decesos.
Pero aún entre populistas, el manejo económico de la pandemia fue muy distinto. Los legislativos tanto de Estados Unidos como de Brasil impulsaron cuantiosos programas de estímulo fiscal para evitar que el cierre de negocios y empresas, impuesto exclusivamente para evitar contagios, provocara la quiebra permanente de éstos. Si sumamos los tres grandes programas de estímulo del gobierno estadounidense: 2.5 billones (millones de millones) de dólares en mayo, 900 mil millones en diciembre y 1.9 billones en marzo, la suma asciende a más de 27% del PIB. En el caso brasileño, el estímulo ascendió a 14.6% del PIB en 2020, mientras que en México fue de sólo 1.1%.2
Gracias a éste, la caída de la economía brasileña fue de sólo 4.6% en 2020, y se estima una recuperación de 3.7% en 2021, mientras que México cayó 8.5% y se espera un rebote de 5% en 2021, sólo gracias a la fuerte recuperación esperada (6.5%) en la economía estadounidense que, debido a su exitoso programa de vacunación, podrá reabrirse casi en su totalidad durante el segundo semestre del año. Entre 2022 y 2025, el FMI espera crecimiento similar en México y Brasil, ligeramente más de 2%, pero México recuperaría el tamaño que tenía en 2019 hasta 2023, dos años después de Brasil. El crecimiento de la pobreza en México será mucho mayor y, a pesar del superior estímulo brasileño, el endeudamiento (deuda/PIB) en ambos países crecerá en proporciones similares (14% para México y 12% para Brasil). 3
Mientras la economía estadounidense se prepara para reabrir, la economía de México sufrirá daño permanente como resultado de la falta de ayuda gubernamental a empresas y negocios privados. Su capacidad productiva ha quedado mermada y eso seguramente tendrá un impacto en la recaudación fiscal y en las finanzas públicas. Las fallidas campañas de vacunación de México y Brasil retrasarán la capacidad de esos países para reiniciar actividades escolares en todos los niveles, para reabrir negocios y para normalizar actividades turísticas, entre otras cosas.
La gran pregunta por resolver es si ha sido excesiva la combinación de estímulos fiscal y monetario en la economía estadounidense. Además del primero antes detallado, la hoja de balance de la Reserva Federal pasó de 3.8 billones de dólares a fines de 2019, a 7.4 billones al cierre de 2020, y podría alcanzar entre 8.5 y 10 billones de dólares cuando termine este año.4 Según Larry Summers, exSecretario del Tesoro estadounidense, así como el estímulo fiscal posterior a la crisis de 2008 durante la administración Obama cubrió sólo la mitad de la caída en la producción potencial estadounidense (se inyectaron primero 30 mil y después 40 mil millones de dólares, con una caída de 80 mil millones mensuales), por lo cual tomó 10 años regresar a pleno empleo, en esta ocasión, estima que la caída mensual empezó en 50 mil y terminará en 20 mil millones de dólares, pero con un estímulo que ascenderá a 150 mil millones mensuales. El riesgo, según Summers, sería que buena parte del estímulo se acabe yendo a precios, corriendo el riesgo de iniciar un ciclo inflacionario, y de desestabilizar mercados financieros acostumbrados a descontar flujos futuros de las empresas a tasas históricamente mínimas.
erome Powell ha dicho que la Fed mantendrá ancladas hasta finales de 2021 las tasas de interés de corto plazo. Incluso los economistas, como Paul Krugman, que están en desacuerdo con Summers, esperan que aparezca presión inflacionaria este año. Estamos viendo incrementos claros en precios de materias primas, y tomará un rato para que las cadenas de valor recuperen su eficiencia y dinamismo. En este momento hay una fuerte escasez de contenedores que ha sido exacerbada por la interrupción temporal en el tráfico en el Canal de Suez. Toda cadena que pase por Asia presenta interrupciones. Pero Krugman espera que el alto número de desempleados, consecuencia de la pandemia, mantendrá suficiente oferta en el mercado laboral para mantener sueldos y salarios sin presión de alza.
El esperado incremento en la productividad, derivado de la aceleración en la digitalización de sectores económicos convencionales y de la adopción de nuevas tecnologías, podría ayudar también a moderar la presión inflacionaria a mediano plazo. Sin embargo, la incertidumbre extrema que seguimos enfrentando hace mucho más difícil cualquier pronóstico. El surgimiento de nuevas variantes del virus SARS-CoV-2 podría retrasar la apertura incluso de las economías de países con razonable éxito en la aplicación de vacunas. Si bien la economía estadounidense se debe beneficiar del enorme consumo rezagado y de tasas marginales de ahorro de más de 20% en la parte superior de la pirámide, será necesario que el mercado accionario se mantenga estable, después del vigor con el que empezó el año. El mercado inmobiliario, particularmente el de áreas suburbanas, también ha mostrado fortaleza que permitirá que los estadounidenses consuman con confianza, sabiendo que su casa, su principal activo, se ha apreciado.
Sin embargo, uno de los grandes peligros para economías que tendrán mucha más dificultad para reabrir, como será el caso de México, provendría de que la economía estadounidense dé señales de sobrecalentamiento y la Reserva Federal eleve tasas de referencia, o la parte larga de la curva de las tasas de interés se incline más rápidamente. Es probable que, en un escenario así, viéramos que no sólo se elevaran las tasas de referencia para la deuda pública mexicana, sino que además aumentaran los diferenciales sobre ésta que los mercados demandan. En pocas palabras, sería peligroso para México que Estados Unidos empiece a enfriar su economía cuando la nuestra todavía no dé señales de vida más allá de las de su sector exportador.
Es posible también que se acentúe la caída en la inversión que ya ha presentado la economía de México, conforme empresas industriales a las que les vendría bien traer a México la parte de sus cadenas de valor que está en Asia, opten mejor por repatriar esa capacidad a Estados Unidos, recurriendo a altos niveles de automatización, ante la imposibilidad de obtener en México abasto de energía confiable, barata y limpia, cuando el mundo entero empieza un proceso agresivo para descarbonizar la economía global.
Hoy más que nunca importará que los gobiernos de países como México incrementen la certidumbre que le ofrecen a inversionistas privados, que inviertan en infraestructura que incremente la competitividad local, y que muestren interés en respetar el Estado de derecho. A juzgar por los primeros dos años del gobierno actual, cuesta trabajo manifestar optimismo.
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Jorge Suárez Vélez (@jorgesuarezv) es economista por el ITAM y estudió cursos de Alta Dirección y Administración de Proyectos en el IMB de Lausanne, Suiza. Es asesor en temas financieros en Nueva York y Managing Director en Allen & Company desde 2015. También es columnista en el periódico Reforma.