El viernes por la noche, al igual que al menos 2.3 millones de personas ese mismo día, me subí al metro en la Ciudad de México al terminar una larguísima jornada laboral. Llovía afuera y dentro de los túneles éramos varios cientos de mexicanos y un par de docenas de mexicanas viajando a casa. Muy pocas mujeres en el metro es señal de una lenta recuperación de sus empleos. El aumento de mujeres de 15 y más años que no trabajan ni buscan trabajo es evidente, puesto que aumentó en 2.2 millones mientras que el aumento en los hombres fue de 1.2 millones entre el primer trimestre 2020 y el mismo periodo en 2021.
Me subí en el oriente de la Ciudad y trasbordé dos veces antes de llegar a mi destino. En los vagones exclusivos para mujeres había dos o tres personas además de mí en cada uno de los traslados. No es que haya tenido suerte de viajar en un vagón ventilado, sino que ocho de cada diez personas que salieron de la fuerza laboral fueron mujeres, según Julio Santaella. Ocho de cada diez, en un país donde las mujeres son más propensas que los hombres a no ganar lo suficiente para que ellas y sus dependientes económicos compren suficiente comida. Ocho de cada diez en un país donde las mujeres encabezan uno de cada tres hogares.
Al llegar a la estación de mi primer trasbordo, entré con prisa a un vagón mixto para no perder el convoy de la línea tres. Para sorpresa de nadie en él viajaban sólo hombres; no había parejas, frecuentes en los vagones mixtos. Y no sorprende puesto que de los 2.1 millones de personas que perdieron su empleo y no están ocupados a pesar de estar buscando trabajo, la mayoría son mujeres: siete de cada diez. El regreso al trabajo remunerado no es parejo.
En mi traslado en metro tuve que trasbordar dos veces; subí y bajé escaleras y recorrí los pasillos de dos estaciones grandes. Ahí sí había mujeres: vendiendo todo tipo de mercancía de bajo precio; ropa, medias, bolsas, dulces, todas sin local ni sillas, sino en el piso. Unas cartulinas preventivas informaban a los viajeros que la calle y el metro eran de todas, como para que nadie intentara evacuarlas.
Porque en el primer trimestre de este año, la informalidad laboral fue mayor para mujeres que para hombres y seis de cada diez personas que perdieron su empleo en el último año y que trabajaban en un micronegocio, lo hacían en un local. Ahora, sin local y sin trabajo, algunas de las mujeres en el pasillo del metro llevaban consigo a sus hijas e hijos pequeños. No sólo no hay trabajo para todas, sino que además no hay dónde dejar a las criaturas para ir a buscarlo.
Y es que en la asignación de roles familiares y sociales, la ausencia de guarderías y escuelas no permite que más mujeres busquen un trabajo remunerado, con enormes costos para la economía en su conjunto (al menos 22% del PIB en México según Arceo y Guzmán), pero sobre todo con costos para esas mujeres y sus dependientes económicos. Hay transferencias gubernamentales, cierto, pero los programas sociales no son un medio para vivir sino un apoyo. Además, ocho de cada diez mujeres que están fuera de la fuerza laboral dicen tener otras ocupaciones que las mantiene fuera del mercado. Son los roles sociales los que asignan las tareas de cuidados a las mujeres, pero es el Estado quien no ofrece un sistema de cuidados para que salgamos a buscar trabajos remunerados.
En una de las estaciones, media docena de mujeres y un hombre de edad avanzada estaban haciendo malabares para colocar un par cubetas viejas en una infinidad de goteras, limpiando los charcos de la lluvia que se filtraba en los pasillos. Estas afanadoras y el afanador, con pocas herramientas de trabajo y vistiendo un uniforme muy desgastado, probablemente pertenecen al 29% de personas ocupadas en condiciones críticas de empleo en la Ciudad de México y área conurbada, lo que significa que trabajan menos de una jornada completa y por tanto no ingresan lo suficiente, o que trabajando jornadas completas no ganan más que lo mínimo. Es increíble que el Valle de México (CDMX y Edomex) concentre una cuarta parte del PIB nacional, pero su tasa de ocupación crítica sea mayor al promedio nacional.
Volví a transbordar para tomar la línea rosa y tuve cuidado de abordar un vagón exclusivo para mujeres, esperando que estuviera más vacío y mejor ventilado. Otra vez en la sección de mujeres, los vagones venían casi vacíos.
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* Sofía Ramírez Aguilar (@Sofia_RamirezA) es economista y directora de México, ¿cómo vamos?, se esfuerza permanentemente en hacer las cosas lo mejor que puede.