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Aspiraciones, crecimiento económico y desigualdad

  • Es válido aspirar a algo. En el caso de López Obrador, a ser presidente, y más aún, como él lo dijo la noche de su triunfo, ser un buen presidente, y añadió enfáticamente, esto es una “aspiración legítima”. Con esto reconoció que él es un aspiracionista, y se vale. Lo que no se vale es que solo su aspiración sea la legítima.
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FOTO: ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO.COM

La palabra aspiracional tiene una connotación positiva en casi todas las sociedades. Por supuesto que se le puede evocar elementos negativos, pero eso puede suceder con cualquier otro adjetivo.

Pero esta palabra es relativa. Una persona rica puede aspirar a convertirse en el siguiente Elon Musk, mientras que una persona de escasos recursos puede simplemente aspirar a darle una vida digna a su familia. Los juicios de valor sobre si es o no válido lo ponen las personas.

En algunos de los sectores de izquierda, por ejemplo, se le ha asignado una connotación negativa a quien aspira, por ejemplo, a contar con un departamento propio. Recuerdo en la Facultad de Economía de la UNAM (que es diversa, contra lo que se piensa), si uno hablaba con los radicales, y uno mencionaba que quería un auto, inmediatamente lo tachaban a uno de tener aspiraciones pequeño-burguesas. Y en términos marxistas el pequeño burgués es el que aspira a ser un burgués. Y esto, en ese medio, es un pecado. Lo es porque estrictamente, según su marco conceptual, se aspira a poseer los medios de producción y por tanto a explotar al hombre por el hombre (sic).

La versión de la teoría económica moderna y su evidencia, sin embargo, sugiere que la aspiración agregada de los individuos es una posible fuente de crecimiento y de disminución de la desigualdad, bajo ciertas circunstancias 1. Se reconoce que el concepto es multidimensional, pues puede incluir aspiraciones en términos de educación, de fertilidad, sociales, culturales, académicas y políticas (el presidente desde su adolescencia aspiró a ser un político con poder de cambiar las cosas).

Gernicot y Ray muestran  en  su  interesante  artículo  académico (publicado en una de las dos revistas académicas en economía más  reputadas  del mundo; el que esto escribe tuvo la aspiración de publicar ahí en su ya deteriorada vida académica, sin  suerte,  por  lo  que  estoy  frustrado.  El precio de la aspiración) que la interacción por un lado, entre el agregado de las aspiraciones, y, por otro, el crecimiento económico y la desigualdad, es bidireccional. Esto es, los resultados  económicos  determinan  las aspiraciones, las que a su vez incentivan la inversión (en capital físico y humano) y el  mejoramiento  social  que  disminuye  la  desigualdad económica. En otras palabras, aspiraciones, crecimiento económico y una mayor igualdad económica evolucionan conjuntamente. Reconocen,  como todo resultado económico (yo añado, como todo en la vida), la disyuntiva de que las aspiraciones conllevan también frecuentemente a la frustración (nunca pude publicar en Econometrica, en el otoño de mi existencia puedo confesar mi frustración, la que se encuentra muy lejana a querer ostentar los medios de producción).

Dado lo discutido aquí, una de dos, o el presidente está influenciado por esa trasnochada y errónea interpretación de que tener aspiraciones es “pequeño-burgués”, o de plano, ignora de raíz la psicología humana (y se escuda en el cristianismo). Esta teoría considera el aspiracionismo como algo negativo y señala que solo los pequeño-burgueses son aspiracionistas. No repara que una aspiración es independiente a la clase social. Si una persona con una aspiración a mejorar su ingreso o su nivel cultural tiene o no principios de corte moral, nada tiene que ver con su aspiración. En todo caso los principios morales que le rigen son los que juzga el presidente (acá puede o no tener razón, pero su argumento es muy pobre, lo que es preocupante de la figura presidencial, porque denota un nivel alto de prejuicios).

En ese sentido, es válido aspirar a algo, en su caso, a ser presidente, y más aún, como él lo dijo la noche de su triunfo, ser un buen presidente, y añadió enfáticamente, esto es una “aspiración legítima”. Con esto reconoció que él es un aspiracionista, y se vale. Lo que no se vale es que solo su aspiración sea la legítima.

En suma, el presidente carece de un marco conceptual cuando habla de aspirantismo. Le falló el concepto y el conocimiento de otras vertientes más universales del mismo, con todo respeto.

Te invitamos a leer este artículo en Animal Político.

Fausto Hernández Trillo es profesor-investigador en el CIDE, coeditor del Latin American Economic Review y experto México, ¿cómo vamos?

1 Ver Garance Genicot, Debraj Ray , Aspirations and Inequality, En Econometrica. Volume 85, Issue2 March 2017 Pages 489-519.

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