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La importancia de no llamarla Manuel. La CFE no es Bartlett ni este gobierno

  • Quien ahora da la cara por la CFE en nada representa todo lo que es y ha sido CFE: ni impecable ni execrable, siempre compleja.
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FOTO: ANDREA MURCIA /CUARTOSCURO.COM

Para los que no tengan la referencia, explicamos que este título es la sátira de la sátira de Óscar Wilde que se titula “La importancia de llamarse Ernesto”.  En inglés, Ernesto es Earnest, cuyo significado en español es alguien sincero y de firmes convicciones. Lástima que no exista una traducción al español que le haga justicia a este juego de palabras.

A la que sí hay que hacerle justicia es a la Comisión Federal de Electricidad. Por desdicha, las injurias proferidas a la empresa se deben mucho a que se le identifica con su director actual, el cual a muchos amedrenta, ofende y hace rabiar. Sufrimos una con-fusión entre CFE y su líder en tiempos muy intrincados para la industria energética.

Así, para algunos apologistas de los mercados eléctricos, la Comisión es ahora un artefacto hecho de chatarra contaminante que, sin más, llevará el país a la ruina. Estas personas tal vez no recuerden que CFE participó en las tres subastas eléctricas –de CELS, potencia y generación— y se comprometió a comprar 21 terawatts de energías renovables a partir de esos procesos.

No olvidemos tampoco que CFE fue el primero en pisarle los callos a Pemex (entonces, PGPB) al poner velocidad de desarrollo de gasoductos. Mientras que Pemex ni quería ir al baño pero tampoco dejaba entrar, CFE comenzó a licitar infraestructura de transporte de gas para alimentar sus centrales eléctricas para que nadie quedara descobijado del servicio público de energía eléctrica. CFE rebasó como rayo el paso de plomo de Pemex, el cual, por cierto, tampoco es el malo del cuento. Con tubos cuestionablemente caros, leoninos y/o opacos, que por las entrañas de nuestro país circule más gas, se debe a CFE.

Ni se cuenten ya las hazañas de los trabajadores de CFE quienes se enfrentan a vientos huracanados en operaciones de rescate, o se cuelgan de torres y postes gigantes para arreglar desperfectos.

Quien ahora da la cara por CFE en nada representa todo lo que es y ha sido CFE –ni impecable ni execrable, siempre compleja. Cada director fuerte ha tenido su huella en la empresa: los tiempos de Alfredo Elías Ayub le estamparon el “Empresa de Clase Mundial”, quién sabe por qué. Con el gobierno de Peña Nieto, a punto de detonarse la reforma, Francisco Rojas estuvo y se fue de la dirección en un parpadeo; es decir, ni lo vimos. Enrique Ochoa, en cambio, fue un líder dinámico, ambicioso, eficaz; con manos presumiblemente sucias, pero aparentemente intocable. Sin embargo, ninguno de ellos se ha apoderado de la identidad de CFE como Bartlett.

Hoy CFE, transubstanciada en Manolo, es parecida al Pemex que recién describimos; hi hace ni deja hacer. Esto se debe a que su cabeza, en lugar de ocuparse en dirigir una empresa, la tiene siempre enfocada en la grilla. ¿Qué líder de una empresa que le presta el servicio a casi 130 millones de mexicanos tiene tiempo de andar en foros, debates, con máscara de legislador en unos actos y con disfraz de juez en otros?

Manolo no parece un director ni sincero ni de firmes convicciones cuando se trata de que CFE prevalezca como empresa. Al contrario, al igual que un vampiro, Bartlett se hace cada vez más fuerte con cada sorbo de su sangre.

Te invitamos a leer este artículo en Animal Político.

* Miriam Grunstein Dickter es Abogada y experta en energía. Académica del Centro México de Rice University. Experta México, ¿cómo vamos?

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