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¡Luz (Eléctrica), Cámara (de Diputados) y Acción (Judicial)! ¿Cómo llamar a esta película?

  • Los oradores de la Cámara de Diputados no fueron ni rudos ni técnicos, sino llanamente demagógicos. Para advertirlo, tan sólo era necesario notar que durante horas de discusión no se hizo alusión alguna a los artículos reformados ni a sus contenidos. ¿Tendrán idea de lo que votaron, ya sea a favor o en contra?
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FOTO: MOISÉS PABLO/CUARTOSCURO.COM

Ponerle nombre a lo sucedido en el orden jurídico de la electricidad en México requiere talento y energía, mucha más de la que nos resta después de haber visto las transmisiones en vivo de las discusiones en torno a las acciones y controversias constitucionales en la Suprema Corte y dos votaciones en la Cámara de Diputados –la que acabó con la reforma del sector eléctrico en la norma suprema propuesta por López Obrador y otra que fue su regalo de consolación al aprobarse la “estatización” del litio en la Ley Minera. Es justo que quienes con compulsión obsesiva hayamos seguido cada acontecimiento estemos agotados y fastidiados. Estamos agotados por las horas durante las que, como moscas, anduvimos pegados al streaming de las sesiones. En particular, la del domingo 17 en la Cámara de Diputados se sintió especialmente larga y tediosa. Esta transcurrió justo el domingo antes de que terminaran las vacaciones de semana santa y la que escribe, en un momento de desaliento, mientras los diputados tomaban uno de sus varios recesos, se preguntó: “¿Y si muriera mañana sería éste mi último domingo, sin ver el sol y a cuatro paredes? ¿Tan triste y penoso sería mi fin”.

Por otra parte, estamos fastidiados por los ministros que hablan entre ellos –y sólo entre ellos– mientras deciden el futuro de 130 millones de mexicanos; porque sus códigos son incomprensibles salvo para una élite minúscula de juristas, y aun así sus decisiones son inapelables. No hay más alto tribunal que el suyo. Mientras tanto, los representantes populares se van al otro extremo. Al tomar la palabra, la dejan vacía de todo contenido y sustancia. El sustantivo del domingo 17 fue “traición,” y quien votara en contra de la iniciativa daba el beso de Judas Iscariote a la Santa Patria.

No soy de la idea de que el Congreso deba ser un concilio de ilustrados y menos en un país en desarrollo donde se requiere de un cuerpo plural que conozca y reconozca verdades y realidades de una nación vasta. Mucho del problema de la aceptación de un modelo eléctrico de mercado es la dificultad con la que puede ser transmitido a tantos paisanos cuyas caras y corazones ni vemos ni sabemos. Pero no vayamos tan lejos: entender cómo funciona un mercado eléctrico está fuera del alcance de mucha gente inteligente y educada. La comprensión cabal del sector eléctrico requiere de competencias muy específicas de las que podrían carecer personas egresadas de las mejores universidades. En mi caso, tras haber dedicado una vida al sector energético, reconozco que la electricidad me pone los pelos de punta por técnica, abstracta y de algún modo inasible. Los hidrocarburos –a los que me siento más cercana– son para terrícolas; la electricidad, en cambio, para marcianos.

Los oradores de la Cámara de Diputados no fueron ni rudos ni técnicos, sino llanamente demagógicos. Para advertirlo, tan sólo era necesario notar que durante horas de discusión no se hizo alusión alguna a los artículos reformados ni a sus contenidos. ¿Tendrán idea de lo que votaron, ya sea a favor o en contra? ¿Habrán podido, con conocimiento de causa, defender o rechazar la exclusión de las empresas privadas de al menos un 54% de la generación nacional? ¿Por qué no hablaron de las implicaciones de la desaparición de los órganos reguladores y de la conversión de Pemex y CFE de empresas a organismos de estado? ¿Acaso no se les ocurrió argumentar sobre las consecuencias que tendría dar por terminados permisos y contratos vigentes? No hubo un solo orador que pusiera cable en tierra.

Al final, la iniciativa presidencial no prosperó. Era tan mala que aun con las limitaciones relativas que tengo respecto del sector eléctrico no tenía duda de que no debía pasar. ¿De dónde sacaron ese 54% para el estado y el 46% para los privados? ¿Por qué no 52% y 48%? ¿De qué cabezas surge la idea de convertir empresas en dependencias y operarla con burócratas? ¿Y en qué lío se metería México al dar por terminados permisos y contratos?

Eso es como mínimo, lo más evidente. Por otra parte, la inmensidad de las presiones de los mercados internacionales no hablaron pero fueron de lo más elocuentes. Creo que en ellas estaba la verdadera oposición y no en casa.

Te invitamos a leer este artículo en Animal Político.

Miriam Grunstein Dickter es Abogada y experta en energía. Académica del Centro México de Rice University. Experta México, ¿cómo vamos?

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