Tiempos difíciles los que vive el país. La economía crece por debajo de su potencial por cuarto año consecutivo y aparecen señales de debilidad que bien podrían marcar el inicio de una recesión. La inflación ha repuntado como no se había visto en dos décadas por lo menos y se ha convertido en carestía, lastimando más a los que menos tienen. Las tasas de interés han comenzado a subir con rapidez, con el Banco de México tratando de impedir que la inflación elevada eche raíces y diluya aún más las posibilidades de crecimiento. La inseguridad se multiplica, con el crimen organizado extendiéndose como una hiedra venenosa por varias regiones, ante la impotencia de las fuerzas del Estado, que siguen las órdenes superiores para su inacción. El entorno de los negocios notablemente debilitado desde el poder, ofreciendo un terreno yermo para las inversiones y constriñendo terriblemente las posibilidades de cooperación entre los mexicanos. El entorno político fuertemente polarizado, con el enojo campeando a sus anchas entre los grupos enfrentados artificialmente para beneficio de unos pocos.
Así las cosas en el país, mientras que en el entorno global soplan vientos de tormenta. La guerra iniciada por la Rusia de Putin, con una ideología colonialista del siglo XIX, sobre Ucrania, parece lejos de terminar y tendrá consecuencias importantes, algunas previsibles, como una presión sobre los precios de la energía conforme se acerque el invierno, reforzando la dinámica inflacionaria en el mundo; y otras completamente imprevisibles.
El monstruo de la inflación, que llevaba mucho tiempo extinto en el mundo desarrollado y que incluso llegó a ser invocado por los bancos centrales, que pensaban que podrían mantenerlo dócil y bajo control, hoy causa estragos alrededor del orbe, mientras los banqueros centrales tratan de volver a someterlo, pero sin decidirse cabalmente a aplicar la única fórmula que de verdad funciona, porque viene acompañada de efectos secundarios indeseables.
Como las calamidades rara vez vienen solas, han comenzado a aparecer algunas señales ominosas del fantasma de la recesión en varios de los países que más mueven a la economía del mundo. Los próximos 12 meses veremos si el combate a la inflación es exitoso en su etapa temprana o la inflación reclama acciones más contundentes para regresar al olvido. Veremos también si la actividad económica logra mantenerse creciendo o termina por retroceder.
Ante este panorama tan complejo, resulta lamentable que nuestro gobierno en México sea más parte del problema que de la solución. Por definición, en una economía los recursos siempre son limitados y, por lo mismo, deben utilizarse con la debida prudencia y tino para alcanzar con ello la mayor cantidad de objetivos posibles, sobre todo generando un mayor potencial para que el bienestar de la población pueda crecer lo más posible en el tiempo. Cuando los recursos no se usan de la mejor manera, se desperdician, pero cuando se usan de forma arbitraria y con la ignorancia como respaldo, entonces se despilfarran.
La cancelación el aeropuerto de Texcoco costó directamente cerca de 300 mil millones de pesos, más el costo indirecto de la caída que propiciaron en la inversión en el país, otros 800 mil millones de pesos, más el costo de construir un aeropuerto inútil que terminará siendo aprovechado por las Fuerzas Armadas (lo que no será una pérdida total), más el costo de reactivar otro proyecto que funcione, o el mismo de Texcoco, podría alcanzar cerca de 1.5 billones de pesos (73 mil millones de dólares).
La refinería de Dos Bocas tendrá un costo directo que se estima cercano a los 18 mil millones de dólares, a los que habría que sumar las pérdidas de operación que vaya acumulando en el tiempo. El Tren Maya tendrá un costo cercano a los 12 mil millones de dólares, al que habría que sumar las externalidades negativas (efectos no deseados) por el ecocidio cometido en la Península de Yucatán.
Recientemente apareció otro nuevo frente de despilfarro, con las disputas comerciales iniciadas formalmente por Estados Unidos y Canadá, acusando a México de no cumplir sus compromisos dentro del nuevo Tratado de Libre Comercio por sus políticas del sector energético. Estas disputas muy probablemente procederán y tendrán un elevado costo sobre nuestro país, por lo menos otros 10 mil millones de dólares.
La cuenta del despilfarro de este gobierno va en 103 mil millones de dólares (2.1 billones de pesos o cerca de 8% del PIB) tan solo en estos ejemplos, pero habría que sumar los que se generan en Pemex, CFE y en el resto del gobierno federal. Para generar esta riqueza, el país tendría que crecer cerca de 2% por cuatro años seguidos, y con esa cantidad de dinero se podría dar una comida corrida de 60 pesos a todos los mexicanos por 280 días. Si se repartiera efectivamente entre los más pobres, no habría hambre por todo un año.
Pero lo más lamentable es que hoy nuestro país tiene una gran oportunidad enfrente, ya que Estados Unidos y Canadá tienen que reconstruir sus cadenas de suministro para acercarlas más geográficamente y para fortalecerlas. En este proceso tienen que desarrollarse infraestructura, centros de distribución, parques industriales, bodegas, cadenas de logística y servicios. Aunque estos dos países podrían desarrollar todos estos negocios al interior de sus fronteras, hacerlo así les representaría costos enormes que elevaría los precios de su producción en perjuicio de sus propios consumidores. Para ellos está claro que no es lo más conveniente.
Por si esto fuera poco, la necesidad de migrar hacia la generación de energías limpias y renovables para alimentar los procesos de producción es no solo una política de los gobiernos sino una demanda cada vez más poderosa de sus sociedades, que han venido desarrollando una mayor conciencia ecológica que demanda un comportamiento más responsable de sus empresas. El potencial de energías limpias y renovables de México es enorme, pero no puede ser aprovechado por empresas estatales que bajo las condiciones actuales son altamente ineficientes, además de que el gobierno federal no tiene los recursos necesarios para desarrollar este potencial.
Aprovechar esta gran oportunidad sería relativamente sencillo permitiendo la participación del sector privado, nacional y extranjero, en la generación de energía y sin perder el control por parte del Estado. Hoy día hay muchas empresas con los recursos financieros y tecnológicos, y con la experiencia necesaria para desarrollar rápidamente este sector. Pero eso requiere un cambio en la dirección del país, lo que a su vez requiere, no diría una visión diferente, sino simplemente abrir los ojos.
Hacer un cambio así podría elevar el crecimiento económico de México por lo menos a un 4% anual siendo conservador, lo que representaría 8.5 billones de pesos adicionales a los que se obtendrían creciendo al 2% que se anticipa actualmente si las cosas no salen mal. La cantidad de alimentos, ropa, vivienda, atención médica, educación y, en una palabra, bienestar para la población mexicana sería radicalmente superior si aprovechamos esa oportunidad.
Pero hoy por hoy, esa oportunidad se suma al despilfarro. Ojalá, por lo menos, aprendamos la lección.
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*Mario Correa (@mariocorream) es Economista Independiente y youtuber fundador del canal Economía en Breve.