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Una economía a medio gas

  • La pandemia dejó mayores estragos en la ciudad que en el resto del país por la importancia que los servicios tienen en su economía. En primer término, la caída en la población ocupada en la demarcación se contrajo en 7 % entre el primer trimestre de 2020, justo antes de los primeros confinamientos, y el segundo trimestre de 2021, mientras que esta contracción en el agregado nacional fue de apenas 0.3 %.
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Ilustración: Víctor Solís | Cortesía de Nexos

En la historia del país, Ciudad de México no sólo ha sido la capital, sino que ha concentrado los poderes federales desde la Independencia, con lo cual es hasta hoy un símbolo histórico. Como sede de empresas financieras, manufactureras, comerciales y de servicios, la vocación económica de la ciudad ha estado marcada por la centralización del país, por la inversión en vías de intercambio comercial y comunicaciones, y por las dinámicas demográficas relacionadas con el desarrollo, el incremento en la producción de la ciudad y la calidad de vida de sus habitantes. CDMX se convirtió en el origen y destino de una gran cantidad de bienes y servicios como consecuencia de la buena conectividad y del crecimiento acelerado de su economía y de su población, en ambos rubros por encima del promedio nacional.

Durante la primera mitad del siglo XX, CDMX aumentó su producción de bienes y servicios de gran valor agregado, y pasó de contribuir con menos del 10 % al PIB nacional a principios de siglo, a casi el 40 % en la década de 1970 como resultado de la industrialización. Llegada la década de los ochenta y debido al incremento en las inversiones industriales en la zona conurbada de Ciudad de México, en el Estado de México, en Querétaro, en el Bajío, en occidente y en el norte del país fue disminuyendo la contribución relativa de la producción de CDMX al PIB nacional: pasó de casi un tercio en 1980 a una quinta parte a principios de los noventa, y se estabilizó en 17 % desde principios del siglo XXI hasta hoy.

Pasado el auge industrializador de las zonas metropolitanas del país y en particular en la ciudad, ésta fue dejando atrás la ocupación manufacturera —que en los años cuarenta constituía un tercio de la actividad económica local, en los años setenta disminuyó a una cuarta parte y para principios de siglo era menos de una quinta parte— y se consolidó como una economía de servicios. Para 1980, los servicios en la ciudad ya eran 70 % del valor agregado local y 80 % desde inicios del siglo XXI.

La dinámica poblacional de la ciudad también tuvo un importante dinamismo antes de 1980. Sólo entre 1940 y 1980 la población de la ciudad se quintuplicó, pero la cantidad de personas que habitan la capital se ha mantenido más o menos estable desde entonces; entre 8.8 y 9.2 millones de personas. Es decir: el auge industrial que ocurrió con gran intensidad entre 1940 y 1970 trajo consigo importantes migraciones del campo a la ciudad por la creciente demanda de mano de obra, la mayor productividad y los mejores ingresos, así como una mayor oferta de bienes y servicios disponibles en la metrópolis.

A raíz del cambio en el modelo económico de los ochenta y noventa, que antes del Tratado de Libre Comercio con América del Norte estaba volcado hacia el mercado interno, la ciudad encontró su nueva vocación económica como sede de las negociaciones comerciales con el exterior. La instalación de nuevas empresas de telecomunicaciones desde los años noventa —aunado al proceso de privatización de Telmex— y el incremento de los servicios financieros en la ciudad atrajeron capital humano altamente especializado, menores olas migratorias del interior del país aunque sí la llegada de estudiantes, así como un incremento en la presencia y calidad de instituciones de educación superior, tanto públicas como privadas.

Con el cambio democrático y las reformas políticas de los años noventa, la creación de instancias de impacto nacional como el Instituto Federal Electoral y su ciudadanización, la primera alternancia en el gobierno del Distrito Federal en 1997 y la pérdida de mayoría en la Cámara de Diputados, entre otros cambios, la capital refrendó su relevancia simbólica como sede de los poderes, pero también como bastión de la democracia misma. A pesar de este robustecimiento del aparato gubernamental, el valor agregado de las labores de gobierno ha ido disminuyendo en términos relativos por el incremento de la importancia de otras actividades, como los servicios financieros, de seguros y de la información en medios masivos, cuyas aportaciones al PIB de la ciudad prácticamente se han triplicado en los últimos dieciocho años.

Mientras que el comercio —tanto al por mayor como al por menor— en la ciudad se mantiene hasta la fecha como una de las principales fuentes de empleo, la relevancia económica de las manufacturas en su conjunto se ha ido diluyendo en los últimos quince años, quedando en 2021 en la posición número cinco de entre los sectores que más personas emplean en la capital, cuando apenas en 2005 éste se ubicaba en el segundo lugar en personal ocupado. Destaca, en sentido contrario, el acelerado incremento en ese mismo periodo de la cantidad de personas ocupadas en servicios financieros y sociales (educativos, cuidados a la salud, etcétera).

La pandemia dejó mayores estragos en la ciudad que en el resto del país por la importancia que los servicios tienen en su economía. En primer término, la caída en la población ocupada en la demarcación se contrajo en 7 % entre el primer trimestre de 2020, justo antes de los primeros confinamientos, y el segundo trimestre de 2021, mientras que esta contracción en el agregado nacional fue de apenas 0.3 %. Es decir: la recuperación del mercado laboral en el país ha sido más acelerada que en la ciudad en lo que a ocupación se refiere.

Además, la pobreza extrema aumentó en más del doble, mientras que la pobreza laboral aumentó en 25 % en ese mismo periodo, pasando de 28 % a casi 40 % de la población que vive en una situación en la que el ingreso laboral de los integrantes de su hogar no alcanza para comprar la comida suficiente para todos sus miembros. Este incremento en la pobreza ahonda otros problemas que ya existían antes de la pandemia, pero que se profundizaron a raíz de ésta, como las desigualdades en el ingreso en la ciudad por zonas geográficas, actividades económicas y por sexo —que de por sí ya eran preocupantes— o el incremento en la proporción de personas que no tiene acceso a servicios de salud, que pasó de 20 % a 27 % de la población.

La tercera gran consecuencia de la pandemia en la dinámica económica de la ciudad es, sin duda, la que subsiste tras un cambio tecnológico acelerado. Hoy, si bien actividades como el comercio se han recuperado, la cantidad de personas ocupadas es menor a la que se registraba antes de la pandemia. Al ser la actividad que más población ocupa en la ciudad, contracciones menores pueden ser particularmente adversas para la economía de los hogares. El comercio por internet, la educación en sesiones virtuales, la cancelación reiterada de espectáculos y actividades culturales, así como la falta de apoyos suficientes para evitar el cierre prematuro o evitable de negocios rentables han acelerado el cambio en la forma en la que la ciudad funciona. Al ser un centro financiero y de telecomunicaciones, CDMX tiene grandes ventajas para el crecimiento, pero también costos enormes debido a que la transición tecnológica ocurre a gran velocidad, dejando atrás a personas que no se pueden insertar en nuevas industrias o trabajos para los cuales no están capacitadas.

Sin embargo, gracias a estructuras progresistas de mayor igualdad sustantiva, mayor inversión y mejores salarios, la ciudad también mostró mayor capacidad de recuperación que otras regiones a nivel nacional: el ingreso laboral promedio en la ciudad es 26 % mayor al del promedio nacional; la proporción de mujeres insertas en el mercado laboral es mayor a la del resto del país, y la tasa de informalidad laboral es menor que en el promedio nacional, lo cual no significa que el empleo formal en CDMX ya esté en niveles prepandemia.

En ese sentido, entre los principales retos para el desarrollo en el futuro inmediato en la ciudad, hay por lo menos dos que demandan especial atención del gobierno y de los líderes empresariales. Dado el centralismo político y económico del país, el primero de estos retos consiste en que la inercia de crecimiento económico y progreso social está sumamente vinculada con lo que ocurre a nivel federal. La actividad económica de la ciudad, al igual que la del país, se ha venido contrayendo con anterioridad a los confinamientos por pandemia desde la segunda mitad de 2018, por lo que el reto consiste en desvincular el rebote económico de la inercia nacional y retomar una trayectoria de crecimiento propia en la capital del país (ver cuadro).

El segundo reto es no conformarse con regresar a donde se encontraban las cosas antes de la pandemia. Un ejemplo de ello es que aunque no se registra todavía un mayor rezago educativo, éste ronda el 9.5 % de la población. Otro ejemplo es que las industrias evolucionaron de manera exponencial tanto en sus dinámicas laborales como en el uso cotidiano de la tecnología, por lo que no habrá un mercado laboral que pueda reincorporar a quienes trabajan en las mismas posiciones que tenían antes de la pandemia, porque en gran media son puestos de trabajo que ya no existen. Así exista la mejor voluntad por parte de las empresas y del gobierno para recuperar el dinamismo del mercado laboral en la ciudad se deberán dotar con nuevas herramientas personales y técnicas a las personas que perdieron su empleo por la pandemia, más vinculadas a procesos tecnológicos y al uso de plataformas web.

Además, las dinámicas migratorias actuales no se observaban desde mediados del siglo pasado en la ciudad. La migración internacional y nacional está cambiando tanto los costos de la mano de obra como los beneficios de incorporar a más personas a la economía local en la ciudad. Ésta es una situación que no teníamos antes de la pandemia y que es inminente incorporar al cálculo político y económico de la recuperación.

Este mosaico de retos y ventajas económicas, sociales y políticas presupone también una infinidad de posibilidades de desarrollo para la ciudad. Aun cuando tal conjunto de condiciones permiten, por un lado, un clientelismo muy eficiente —el gasto social en zonas altamente pobladas puede tener efectos electorales de gran impacto—, también permite promover acciones específicas —como la capacitación para el empleo en el secor financiero o promover el florecimiento del conocimiento y la investigación en acuerdo con universidades y centros de estudio— o la atracción de inversiones destinadas a las tecnologías de la información, las telecomunicaciones, la economía digital y el turismo.

Te invitamos a leer este artículo en Nexos.

Sofía Ramírez Aguilar
Directora de México, ¿Cómo Vamos?

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