En 1992 se llevaría en Oaxaca la última elección en que el Partido Revolucionario Institucional mostrara su hegemonía. El PRI ganaría cómodamente la gubernatura. Su candidato, Diódoro Carrasco, obtendría un arrollador 70 % de la votación total y “carro completo” en el Congreso local.
Ese año enfrentaba a un partido político que por primera vez participaba en comicios estatales: el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que encontraría un campo fértil en Oaxaca para su rápido crecimiento. Su aparición animó el proceso: las fuertes críticas al priismo encontraban eco en la ciudadanía; además, establecía o recuperaba los acuerdos con organizaciones sociales, sembraba lo que estaría cosechando años después.
Treinta años más tarde la situación es diametralmente opuesta. Ahora el candidato del partido de izquierda, Movimiento Regeneración Nacional (Morena) lidera cómodamente la contienda. A tres semanas de la jornada electoral, todas las encuestas lo sitúan en al menos 20 puntos por arriba de su más cercano contendiente, el candidato del PRI. Sólo que, a diferencia de hace tres décadas, las desangeladas campañas mueren de inanición. Los candidatos y candidatas no se tocan ni con el pétalo de una crítica, pese a que tanto el morenista Salomón Jara, como el priista, Alejandro Avilés, tienen un largo historial de irregularidades y pasivos en su haber; junto con señalamientos de que, más allá de los partidos, ambos forman parte del mismo grupo político. Muestra de ello es la incorporación de representantes simbólicos del muratismo y el ulisismo enquistados en el equipo del morenista, bien a través de su propia estructura o de sus partidos coaligados, el PT y el PVEM, sin mayor representación en Oaxaca. En contrasentido, tampoco hay propuestas; sus promocionales están plagados de lugares comunes y generalizaciones banales.
En Oaxaca esta situación viene de lejos. De rupturas y reencuentros, de una clase política que no distingue colores, unida por intereses. No hay proyecto, más allá de la demagogia convertida ahora en práctica cínica, como se muestra en los ofrecimientos que candidatos y candidatas hacen al electorado.
¿Cómo sucede esto en Oaxaca, que se distingue por una sociedad politizada y constantemente movilizada? ¿Por qué si hay manifestaciones constantes contra los malos gobiernos, el proceso electoral parece suceder en un mundo paralelo?
En parte, esta situación deviene de la conformación propia del sistema regional de dominio1 y las formas de distribución del poder político en Oaxaca: la separación de la clase política de las bases; la autonomía política —relativa y concreta— de municipios y comunidades; y el conjunto de intermediarios políticos (organizaciones sociales, gremiales y grupos de presión) que bien actúan comprometidos con la lucha social, o bien lo hacen como instrumento de contención del régimen.
Municipios, comunidades y elecciones
En pleno proceso electoral para la gubernatura, durante el mes de marzo, se efectuaron elecciones extraordinarias para elegir ayuntamientos en seis municipios. La amplia aceptación de Morena en el escenario estatal auguraba una victoria cómoda de sus candidatos. No fue así; de los seis municipios, Morena sólo ganó en Santiago Laollaga. La joya de la corona era Santa Cruz Xoxocotlán, donde el vencedor fue la alianza PAN/PRD/PRI/Panal.
Y es que en Oaxaca los municipios juegan un control fundamental en la búsqueda del poder regional y estatal y, por supuesto, en la gobernabilidad. El crecimiento de la oposición al PRI iniciaría en la década de los ochenta, con alianzas entre partidos de izquierda con organizaciones regionales y locales: la Coalición Obrero, Campesino, Estudiantil del Istmo (COCEI), en Juchitán de Zaragoza, se convertiría en el más importante movimiento regional en México; el Frente Único Democrático de Tlacolula (FUDT) ganaría el Ayuntamiento en 1986, por poner un par de ejemplos. Incluso el PAN avanzaría a partir de triunfos en algunos municipios que se convertirían en sus bastiones, como Huajuapan y Matías Romero.
1995 fue un año crucial para la reconfiguración política en Oaxaca y el inicio del fin para el PRI; en las elecciones municipales el tricolor perdería en los principales municipios de la entidad, incluyendo la capital y casi todas las cabeceras distritales. Iniciaría una caída sostenida elección tras elección. Aunque ahora el mapa es multicolor y la alternancia en los gobiernos municipales es habitual.
El voto diferenciado también es cosa común en comicios en que convergieron la elección a la gubernatura y a los ayuntamientos. En 2010, por ejemplo, el candidato de la coalición Unidos por la Paz y el Progreso (PRD, PAN, PC y PT), Gabino Cué, arrasaría en los municipios de Tlacolula y Matías Romero, casi tres votos a uno. Ese mismo día, en la elección municipal, el PRI les daría vuelta en una proporción similar, ganando ambos ayuntamientos. En 2016, una situación similar se dio en Reforma de Pineda y Putla de Guerrero: el ayuntamiento lo ganaron candidaturas independientes, pese a que fueron concurrentes con la elección a gobernador, ganada por el PRI.
Sin embargo, esta valoración de las personas sobres las lealtades partidarias o los esquemas corporativos opera en el ámbito local; en cambio, en los procesos estatales, hay una distancia y una perspectiva distintas, en razón a distintos procesos históricos.
Es pertinente recordar que en Oaxaca existen 570 municipios, el 23 % del total nacional. De ellos, sólo 153 eligen por partidos políticos a sus gobiernos locales, si bien representan más de la mitad del electorado estatal; 417 más lo hacen por los sistemas normativos indígenas. Si bien en buena parte del siglo pasado había acuerdos tácitos entre comunidades indígenas y el PRI/Gobierno para el reconocimiento de sus autoridades electas de acuerdo con sus propias reglas, la situación cambió a partir de 1995 en que se reconocería los “usos y costumbres” para la elección de ayuntamientos. Un efecto de ese reconocimiento sería el fin del pacto entre clase política y las comunidades indígenas, que recuperarían su autonomía y, por tanto, no serían ya parte del voto corporativo a favor del PRI.2 En buena medida, ello explica la pérdida de la hegemonía del PRI en Oaxaca.
Esta situación generaría distintos esquemas novedosos en la representación política y de gobernanza local que caminan con, sin y a pesar de los gobiernos estatales. Pero, por ello, responden a otras dinámicas, estímulos y percepciones de la política, que escapan a las visiones tradicionales de los partidos políticos por más que las elecciones necesariamente transitan por esas instituciones en el ámbito estatal.
El lopezobradorismo
En esta reconfiguración política en Oaxaca, la oposición de izquierda tuvo un crecimiento exponencial desde 1992. Ya en 1994 alcanzaría la primera diputación federal de mayoría en el distrito de Tlaxiaco; en 1998, disputaría en serio la elección a gobernador de la entidad y ganaría sus primeras curules locales de mayoría. Ese año, el triunfo de José Murat, candidato del PRI, inauguraría dos sexenios plenos de autoritarismo en Oaxaca, pues le seguiría en sus afanes despóticos el también priista Ulises Ruiz.3 En ese periodo la clase política fue desarticulada y puesta en dos posiciones: o incondicionales al gobernador o sus enemigos. Ello provocó reacomodos y una creciente oposición, los desplazados del régimen optaron por incursionar en otras opciones políticas.
En los comicios federales de 2000 y 2003, y los estatales de 2001, aunque se sigue ampliando la presencia opositora, el PRI todavía mantiene una presencia mayoritaria. En las elecciones a gobernador de 2004, el tejido se rompe. Gabino Cue es nominado candidato de una coalición entre PAN, PRD y Convergencia, pese a que las dirigencias estatales de esos partidos estaban cooptadas por el muratismo e incluso boicotearon la campaña de su abanderado; la contienda terminó con acusaciones de fraude electoral y fue resuelta en los tribunales que sostienen la victoria del priista.
El punto de quiebre es 2006. Ese año se suscitó el mayor levantamiento social del siglo XX en México, con la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). En términos electorales, en la entidad el candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, obtuvo 46 %, de la votación, contra el 31 % del PRI y el 17 % del PAN. El efecto del lopezobradorismo llevaría al PRD a alcanzar nueve de las once diputaciones federales en disputa.
En los años siguientes, AMLO recorrió los 570 municipios de Oaxaca. Lo acompañaron los entonces senadores Gabino Cué y Salomón Jara. La presencia del tabasqueño lograría acrecentar el apoyo a su figura.
En las elecciones a la gubernatura de 2010 se construye la más amplia alianza en Oaxaca para derrotar al priismo, que conjunta una alianza entre PAN, PRD, PC, PT a la que se suman organizaciones sociales y de la sociedad civil. Nuevamente es Gabino Cué quien la encabeza, pero ahora gana cómodamente, pese a que el PRI hizo una operación de Estado para evitarlo. El gobierno de Cué, sin embargo, seguiría los pasos del foxismo y se convirtió en una gran decepción.
En cambio, no cejó el apoyo al obradorismo. En 2012, en la entidad nuevamente ganaría las elecciones presidenciales con el 44 % (PRI 34 % y PAN, 18 %).
El partido en que AMLO militara no era problema para sus simpatizantes, lo que construyó fue una base social propia, no de partido político alguno. Por eso, en la primera incursión en las elecciones estatales de 2016, Morena se sitúa como la segunda fuerza política en Oaxaca, con un 23 %. No gana la gubernatura por las divisiones entre los partidos. La alianza PAN y PRD alcanza el 25 %; el PT alcanza el 11 %.
Esta división es capitalizada por el PRI, cuyo candidato, Alejandro Murat, gana pese a tener la más baja votación de ese partido en su historia en Oaxaca (28 %; ya con sus aliados PVEM y Panal alcanzaría el 32 %), inferior incluso a la obtenida seis años atrás, cuando el tricolor perdió la gubernatura.4
En 2018, el obradorismo arrasa de nuevo en Oaxaca con el 65 % de los votos, se lleva consigo, de paso, la totalidad de diputaciones federales y senadurías de mayoría.
Los reajustes partidistas y en la clase política
El 5 de junio de 2022, el cantado triunfo del candidato de Morena no será sino consecuencia lógica del respaldo a AMLO. Por eso la abrumadora ventaja sobre su más cercano competidor, el candidato del PRI. Los otros partidos luchan por su supervivencia. El PAN, el PRD (aliado con el PRI), y el partido local Unidad Popular (coaligado con Morena) están en su nivel más bajo. Sólo se sostienen por grupos que pretenden disfrutar las canonjías de constituir un partido. Movimiento Ciudadano busca animar un poco la contienda con una candidata que renunciara al PAN y ahora intenta consolidar su presencia con promocionales provocadores. Algo parecido pasa con el Panal.
La novedad en la contienda es el registro de “candidatos independientes indígenas”, una figura únicamente existente en Oaxaca y que fue reconocida constitucionalmente en 2015. Aprovechando esa oportunidad se inscribió un viejo operador del PRD y de una organización social; hábil en la negociación, finca su futuro en esta incursión. La candidatura tejida desde las asambleas comunitarias es la de Mauricio Cruz, un zapoteca electo de acuerdo con los sistemas normativos de su natal Abejones, de donde fue presidente municipal, pero que enfrenta el proceso en condiciones de alta desigualdad, sin recursos ni estructura, y que no hace sino confirmar los límites y ausencias en la representación indígena y la falta de pertinencia cultural de leyes e instituciones electorales en México.
Sabedores de ello, la disputa real fue obtener la candidatura de Morena. La senadora Susana Harp llevó a los tribunales la decisión de la dirigencia nacional de ese partido, que nominó al senador Salomón Jara. Es claro que la docena de candidatos inscritos en la contienda interna fueron mera comparsa pues o respondían a alguno de los candidatos reales o, en los usos y costumbres de la clase política, usaron su incursión para hacerse visibles a los ojos del ganador y mostrarle inmediatamente su “apoyo irrestricto”.
Por eso también, los reacomodos se están dando, abierta y soterradamente, en torno al proyecto de Jara. Los artes de la “cargada” y el “chapulineo” están a la orden del día. Como también las rupturas internas y la constitución de un bloque único en torno a la figura del hoy candidato, donde ni la disidencia ni la crítica son bien vistas. Los grupos desplazados, como las comunidades, las organizaciones sociales y la sociedad civil, sin embargo, están, y estarán en el escenario político poselectoral.
En estos mundos paralelos entre la política partidaria y la sociedad, el 5 de junio empieza apenas el reacomodo del poder político y la construcción de la gobernabilidad en Oaxaca.
Este texto es una colaboración entre México, ¿cómo vamos? y nexos.
Víctor Leonel Juan-Martínez
Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) Pacífico Sur
———
1 El sistema regional de dominio son las redes de articulación y reproducción de la dominación y de la legitimidad del sistema político global. Jaime Bailón Corres. Pueblos indios, élites y territorio, Colmex, 1999.
2 Víctor Leonel Juan Martínez. “Ciudadanías en disputa. Participación electoral y autonomía indígena en Oaxaca, México”, en Pueblos indígenas y Estado. Avances, límites y desafíos del reconocimiento indígena, Pedro Garzón y Oscar Mejía (coords.), Ediciones Abya-Yala, Quito, Ecuador, 2019.
3 Edward L. Gibson acuñó el término “autoritarismo subnacional”, señalando como uno de sus mejores ejemplos al exgobernador de Oaxaca, José Murat. “Boundary Control: Subnational Authoritarianism in Democratic Countries”, en World Politics, Cambridge University Press, Vol. 58, No. 1, octubre de 2005; Wayne A. Cornelius ejemplifica a Oaxaca como un “enclave autoritario subnacional”: aquel en que los ‘dinosaurios’ supervivientes del aparato de gobierno del PRI son capaces de resistir, tanto a nivel local como supralocal, presiones para la democratización. “Blind spots in democratization: subnational politics as a constraint on Mexico’s transition”, en Democratization, Vol. 7, No.3, otoño del 2000, pp. 117-132.
4 “Espejismos electorales: democracia, partidos políticos y ciudadanía en Oaxaca”, en El Cotidiano, revista de la realidad mexicana actual, No. 199, UAM, México, septiembre-octubre 2016