Buscar refugio de la lluvia bajo el toldo de un café es un intento por no empaparse o una imagen de película. Buscar refugio o pedir derecho de asilo por una guerra es un derecho humano. Esto es evidente, lo sé. Sin embargo, aunque a simple vista nadie parece cuestionárselo, al tratar de cruzar fronteras no pareciera ser algo tan obvio.
La guerra en Ucrania le ha traído al mundo una serie de recuerdos oscuros de otros tiempos no tan lejanos, pero sí, pertenecientes a otras generaciones. También nos ha removido en la lista de pendientes una colección de temas que, parece, habíamos dejado “para después”.
El 24 de febrero despertamos con una noticia terrible: Rusia declaraba la guerra a Ucrania. Imágenes de edificios bombardeados, reportajes sobre cómo la gente se ha tenido que resguardar de los misiles en lugares específicos, testimonios de gente haciendo filas kilométricas en las carreteras, para poder cruzar la frontera a Polonia, como primera ventana a Europa; de ahí ya se verá a dónde agarrar camino seguro.
Como suele suceder en cada desastre humano o natural, es de subrayar favorablemente la generosidad de los otros, de los vecinos, de los que están suficientemente cerca para poder ayudar. Pareciera que las crisis humanas son el espejo ideal para mirarnos como iguales entre sociedades que solemos desconocernos, y es así como nos enteramos de los montones de comida caliente que se está preparando en la frontera polaca para alimentar a tantos que llevan días alejándose de casa, con hambre, con frío y con toda la incertidumbre que causa el tener que huir de su hogar.
A miles de kilómetros de distancia, no puedo no sentir empatía por todos aquellos que con poco más de una mochila han dejado atrás su todo, lo que hasta ahora conocían como la realidad. México es un país que entiende de migraciones, nos ubicamos en una región del mundo que de manera natural es propicia para el cruce humano de sur a norte, de norte a sur, de costa a costa o en inimaginables direcciones. Las razones, de todo un poco, ¡variadito!
Las esquirlas de la guerra llegan a todo el mundo. Hasta ahora, a un mes y un par de días del primer bombardeo, en los flujos migratorios mexicanos no se han mostrado variables importantes por la cantidad de migrantes ucranianos varados en algún lugar de nuestro país.
Si bien se sabe que están llegando por vía aérea a la Ciudad de México o a Cancún, y desplazándose desde estos puntos de forma terrestre a la frontera norte, son poco más de 310 los que esperan en Tijuana una visa humanitaria para cruzar a Estados Unidos.
Para ellos, curiosamente, los trámites están siendo lentos por el ejercicio del Título 42 de la ley estadounidense, donde entre otras cosas se aclara que por razones de salud pública el país del norte puede negar la entrada o expulsar a los solicitantes de asilo en su suelo.
Mientras tanto, en Baja California, el gobierno les recomienda, por seguridad, no esperar en campamentos improvisados y mejor irse a dormir a los albergues con los que cuenta la ciudad. Albergues que, durante otros flujos migratorios, se adelantan a anunciarse rebasados. Ejemplo de que esta comunidad de migrantes no nos implica un esfuerzo excepcional, ni nos saca de lo que ya cotidianamente ahí se hace.
Con esta información, Ucrania no dejaba de parecerme igualmente lejos, así que apenas comenzaba a enterarme que son responsables de la producción de alrededor del 10% del trigo y otros granos a nivel mundial y, por lo tanto, un proveedor fundamental de la alimentación de muchos otros países, incluyendo los del África subsahariana. Con este dato, empecé a preocuparme por la inminente subida del precio de la tortilla en caso de que el pan escasee, y estaba en ese hilo de ideas donde una cosa te lleva a otra, cuando pasé del taco a la gasolina.
Esta guerra, que en el mapa parece quedarnos a trasmano, nos está apuntalando la cotidianeidad; esta vez, más que subrayarnos la necesidad de hablar del problema integral de los migrantes en México, o el fortalecer la seguridad en nuestras fronteras o afinar la revisión de documentos en los autobuses de pasajeros en las carreteras, nos trae una clara incertidumbre económica para el futuro más cercano.
Esta guerra le representa muchas cosas que no están sanas al mapa mundial completo, y a nosotros, en especial, en lo inmediato, se nos manifiesta con la subida de inflación en alimentos, de más del 12% a la 1era quincena de marzo. Nos desestabiliza el sistema financiero al ser una economía emergente y nos exige una pronta revisión de la repartición del gasto social, la reducción de gasto en infraestructura y la previsión en los ingresos públicos ante la subida del precio del petróleo y las gasolinas a nivel mundial.
or muy locales que parezcan los conflictos en cualquier lugar de este planeta, son un problema global. Por muy lejos que parezcan algunas fronteras, la libertad para cruzarlas nos atañe a todos. En términos sociales y en términos de la población, no dejamos de ser un pueblo y de habitar un mundo.
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