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Otro 8 de marzo: una lista de pendientes

  • A las mujeres les preocupa(ba) más la inseguridad, el desempleo y la pobreza que a los hombres. La evidencia señala que en esos tres rubros las mujeres la pasamos peor en conjunto. Es decir, no es que seamos unas preocuponas, es que tenemos la de perder.
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FOTO: ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO.COM

Hace un año, cuando México, ¿cómo vamos? levantó su primera encuesta sobre valores democráticos y percepciones económicas tras un año de confinamientos y pandemia, encontramos que lo que nos preocupa a hombres y a mujeres no es siempre lo mismo. Salvo por la preocupación por la economía en general y la mala calidad de los servicios públicos, había una clara distinción entre lo que hombres y mujeres percibían como los problemas más relevantes en el país.

A las mujeres les preocupa(ba) más la inseguridad, el desempleo y la pobreza que a los hombres. La evidencia señala que en esos tres rubros las mujeres la pasamos peor en conjunto. Es decir, no es que seamos unas preocuponas, es que tenemos la de perder.

Primero que nada, la pobreza en prácticamente cualquier medición tiene una mayor prevalencia entre las mujeres, y esto ocurre en todas las entidades federativas sin falta. El desempleo puro y duro, medido como personas que buscan trabajo y no lo encuentran, es muy similar entre hombres y mujeres, pero dado que las mujeres nos empleamos con mayor frecuencia en trabajos sin contrato, sin prestaciones ni seguridad social, perder el trabajo equivale a perder todo ingreso de un día para otro y con ello acercarse vertiginosamente a la pobreza. No es sólo el desempleo sino la posibilidad de perder todo el ingreso de golpe.

Además, la proporción de mujeres que trabajan o buscan chamba es la mitad que la de los hombres (4 de cada 10 mujeres de 15 años o más vs. 8 de cada 10 hombres en ese rango de edad). No sorprende que cuando les preguntamos a las mujeres sobre qué debía hacer el gobierno para reactivar la economía, su primera respuesta fuera “evitar que se pierdan más empleos”.

Y de la inseguridad también hay que hablar. No es que a los hombres no les preocupe caminar en su colonia (menos del 40% de la población masculina de 18 años y más se siente seguro en su ciudad), sino que a las mujeres nos preocupa mucho más (sólo 29% se siente segura en su ciudad) en función de varias realidades. La primera, que la violencia que se vive fuera del hogar es algo que se ha venido incrementando desde hace años, y cada vez afecta más a las mujeres. Si bien en algunos casos el aumento en las cifras de feminicidio y homicidio doloso tiene que ver con mejores datos y mayores capacidades de investigación y recolección de la data en los estados, en general también es porque la violencia feminicida tiene distintos orígenes -incluyendo a partir de la presencia de militares y crimen organizado- y se manifiesta de diversas formas. Y con la pandemia claramente la situación ha empeorado. No sólo se registraron más violaciones sexuales, sino que también se registraron más asesinatos dentro y fuera del hogar (Observatorio Nacional Ciudadano).

A un año de esa primera encuesta también hemos encontrado evidencia sin fin de por qué a las mujeres les preocupan más “algunas cosas” más que otras. Por ejemplo, sabemos que las mujeres trabajamos más del doble que los hombres en labores no remuneradas diariamente; y que la crianza nos descuenta casi 20% de nuestro ingreso (comparando una mujer sin hijos vs una mujer con hijos). Sabemos que dada la carga de labores domésticas salimos a trabajar semanalmente 7 horas menos que los hombres en trabajo remunerado, y por lo tanto nuestro ingreso se reduce. Pero también sabemos que hay algo de sexismo estructural en el hecho de que las mujeres en un empleo informal ganen menos de la mitad que un hombre en un empleo formal, y que trabajar 16% menos horas no explica la brecha salarial del 24% entre hombres y mujeres en un empleo en la informalidad laboral.

Sabemos que la protección que otorga un empleo formal reduce la brecha salarial entre hombres y mujeres al 15%; y que en el empleo registrado ante el IMSS la brecha salarial tiende a cero entre hombres y mujeres para posiciones similares. Pero también sabemos que aún en empleos registrados ante el IMSS, con la protección de la autoridad, las mujeres siguen sin poder llegar a posiciones de toma de decisión por razones familiares, de roles, por ser mujeres y por prejuicios, permaneciendo en posiciones de menor rango y por lo tanto la economía nacional y las unidades productivas donde trabajan siguen estando administradas de manera mayoritaria por hombres, sin importar su tamaño.

Si bien no todo está perdido, los retos para acelerar el cambio hacia un mundo más justo siguen siendo mayúsculos. Es inminente aumentar la participación laboral femenina para que más mujeres que quieran y puedan trabajar se incorporen al trabajo remunerado; que existan mecanismos de capacitación para el empleo con certificaciones estandarizadas que le permitan a la trabajadora cambiar de empleo en caso de así desearlo, y que la salida temporal del mercado laboral no se traduzca en una merma de sus ingresos cuando regrese al mercado.

Necesitamos mejorar el apoyo que como sociedad ofrecemos a la crianza. Tres meses de licencia de maternidad es un buen comienzo, pero en tanto las licencias de paternidad no sean obligatorias y no las tomen los directivos de las empresas, no habrá participación activa de los hombres en los cuidados de los menores ni una cultura de la crianza compartida. Necesitamos un sistema universal de cuidados, puesto que se sabe que la seguridad social es una fuente de movilidad social y de incremento generalizado del bienestar, según la evidencia del Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

Sabemos que nada de esto ocurre sin voluntad de las legisladoras, sin recursos públicos y privados para visibilizar las brechas y atenderlas; sabemos que la informalidad no se acaba con mejores salarios en las grandes empresas sino con una promoción de la productividad de las micro, pequeñas y medianas empresas; con estímulos a la formalización de las relaciones laborales en los pequeños negocios. Eso sí es chamba del Estado. Pero aumentar la productividad de las y los trabajadores, y mejorar la reasignación de recursos de la sociedad sí demanda un compromiso de las grandes corporaciones, ya sea para invertir en tecnología que haga más productivas a sus empleadas o para apadrinar a quienes les proveen de insumos; de mejores leyes y un gobierno más sólido que supervise a las empresas. No será fácil pero sólo atendiendo cosa por cosa, reto por reto, vamos a desenmarañar el problema.

Las mujeres queremos dejar de preocuparnos por cosas como la pobreza, el desempleo y la inseguridad, y queremos ocuparnos en empleos remunerados, de calidad, con prestaciones y seguridad social.

Hoy, 8 de marzo de 2022, es un buen día para hablar de esto.

Te invitamos a leer este artículo en Animal Político.

*Sofía es directora de México, ¿cómo vamos?

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