El viernes pasado el Inegi publicó los datos sobre el Trabajo no Remunerado de los Hogares para 2020. Esta serie nos brinda el valor económico del trabajo no remunerado de los hogares y su participación equivalente en la economía nacional. Este dato es sumamente relevante, pues fue evidente el aumento de la carga de labores domésticas y de cuidados durante el primer año de pandemia, y el Inegi ya le puso cifra: incrementó 4.7 puntos del PIB.
En 2019, el trabajo no remunerado en los hogares mexicanos equivalía al 22.9% del PIB, mientras que en 2020 alcanzó el 27.6%. En estos datos el Inegi contempla las actividades domésticas y de cuidados no remuneradas, la producción de bienes de autoconsumo y las labores realizadas por niños de 5 a 11 años.
Sí, todo lo que producimos en nuestro hogar; la comida que preparas, la labor de cuidar a menores, a una persona enferma o a tus padres, la limpieza… todo tiene un valor económico a pesar de que no siempre sea remunerado. Simplemente ¿cuánto pagarías por ello si no lo realizara alguien de tu familia?
Así, todas estas actividades en los hogares que no remuneramos representaron el año pasado más de una cuarta parte del PIB, más de una cuarta parte de toda nuestra actividad económica. Esta cifra por sí misma es alarmante, pues no estamos reconociendo una muy importante fracción del trabajo que se da en nuestra economía.
No estamos reconociendo un sector que tiene un peso similar al de todas las actividades secundarias juntas –manufacturas + construcción + minería + electricidad, agua y gas, que suman 29.9% del PIB –. Sin embargo, algo aun más preocupante viene cuando desagregamos por sexo.
Las mujeres aportamos 2.7 veces más valor económico que los hombres por actividades de labores domésticas y de cuidados. La participación del trabajo no remunerado en el PIB por parte de las mujeres equivale al 20.2% y el de los hombres 7.4%. A partir de este tipo de datos se deben proponer políticas que permitan que México crezca de forma incluyente y sostenida. Visibilizar esta brecha es fundamental para cambiarla.
En horas trabajadas, en 2020 una mujer en promedio en México dedicó 39.7 horas a la semana a labores domésticas y de cuidado y 4.6 horas a trabajo no remunerado en bienes de autoconsumo. Si lo dividimos entre 5, esto nos da un promedio de 8.9 horas al día; incluso más que una jornada laboral completa.
Al contemplar que las mujeres en México dedican en promedio más de una jornada laboral a labores del hogar, ya podemos entender uno de los mayores factores que obstaculizan la participación de la mujer en trabajos de mercado. Mientras la tasa de participación laboral en hombres es de 76.3%, en mujeres es de 44.2%.
Esta problemática siempre ha estado presente; históricamente la proporción del PIB equivalente al trabajo no remunerado en nuestro país ha estado alrededor del 20%. No obstante, la pandemia lo agravó y lo evidenció aún más con ese gran incremento de casi 5% en un año. Queda claro que la crisis sanitaria que llegó en 2020 vino acompañada de una crisis de cuidados desencadenada por los confinamientos y la suspensión de escuelas, guarderías y asilos.
Al mayor número de horas dedicadas a labores no remuneradas dentro del hogar se le suman otros factores que contribuyen a las brechas salariales entre hombres y mujeres, así como a la mayor proporción de mujeres en pobreza laboral . Uno de estos es la mayor propensión a optar por empleos informales, pues en ellos podemos encontrar mayor flexibilidad para cumplir con los roles de crianza y demás labores ya mencionadas. Estos empleos conllevan menores ingresos promedio y carecen de acceso a seguridad social o a un sistema de guarderías.
Para hacerle frente a las brechas de género propiciadas por el desproporcionado trabajo no remunerado en los hogares y roles asignados socialmente que llevan a las mujeres a empleos con menor paga, debemos reconocerlo como trabajo, además de visibilizar la discriminación que implican los actuales roles familiares.
Una de las medidas más importantes en esta materia es ampliar las licencias de paternidad, pues su corta duración es un claro ejemplo de esta discriminación y mayor carga a las mujeres.
Asimismo, los datos sobre las horas dedicadas a las labores en el hogar por parte de las mujeres ponen en evidencia una vez más la urgencia de infraestructura de cuidados en México. En México no existe un sistema de cuidados universal que cubra esta necesidad para que las mujeres tengan mayores posibilidades de participar en trabajos de mercado.
La baja participación femenina en el mercado laboral no es solo un problema social, también es económico. Nuestros ingresos potenciales son claramente reducidos, se perpetúan ciclos de pobreza intergeneracionales –principalmente en hogares de madres solteras–, la recaudación tributaria es mucho menor al dejar a un importante sector de la población fuera y el crecimiento económico es menor.
Las políticas encaminadas a un sistema de cuidados, como las estancias infantiles, son una inversión tanto social como económica a la que en México no le estamos dando la importancia debida. Si las alarmantes cifras de la pandemia no nos abren los ojos, ¿qué lo hará?
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Nota del editor: Brenda Flores Cabrera es investigadora en México, ¿cómo vamos? Síguela en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.